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lunes, 14 de enero de 2013

SANTA FE: DROGA, HISTORIA Y MEDIOS.



La ciudad de Maceió en el sureste brasileño encabeza el ranking de las de mayor criminalidad de ese país. Tiene playas hermosísimas y lugares que son frecuentados, fundamentalmente, por miles y miles de turistas y las inversiones inmobiliarias se han incrementado exponencialmente en los últimos veinte años.

Es evidente que en el imaginario popular, si se preguntara cual de las urbes de Brasil son las más violentas, Río de Janeiro y Sao Pablo surgirían inmediatamente; sin embargo las estadísticas dicen otra cosa.

Este enclave turístico ha llegado a esta situación pues el narcotráfico ocupó las barriadas pobres y se disputan el territorio y la venta de drogas a los extranjeros que visitan el lugar. Es decir, se matan entre pobres, en su gran mayoría jóvenes.

La ciudad de Santa Fe en los últimos años comparte siempre algún lugar del podio en los índices de criminalidad de Argentina; sin embargo la información sobre estos hechos, raramente, es tapa de algún diario de tirada nacional o de un canal de televisión capitalino. Allí sólo se muestra la inseguridad que hay en Buenos Aires, sin aclarar que se le llama así a un territorio compuesto por numerosísimas  ciudades, algunas de ellas a decenas de kilómetros una de otra; e inclusive se presentan como hechos de este tipo, situaciones de violencia familiar, abuso infantil, etc. que en realidad responden a otra tipología y motivos. No es casual que se le diga Buenos Aires a Wilde en el sur y a Tigre en el norte del conurbano.

La capital de Santa Fe es una de las muestras más palpables de la irrupción del modelo de la dictadura militar que desbastó su aparato productivo (parque industrial de Sauce Viejo, por ejemplo) y terminó transformando a varias generaciones de sus habitantes en beneficiarios de planes asistenciales, subsidios y todo tipo de ayuda, ligada en muchos casos al clientelismo político.

Los demás eran empleados públicos o quienes desde la lógica del comercio y los servicios atendían a ese importante rubro de  trabajadores. La marginalidad circunstancial se transformó en congénita y con el correr de los años el delito y la droga, avanzaron y coparon muchos barrios santafesinos.

Este diagnóstico no necesita de investigaciones universitarias, ni estudios sociológicos, lo realiza cualquier habitante de la ciudad, y la década de los 90 terminó por solidificar ese modelo brutalmente, bajo la hegemonía reutemanista.

Lo de Rosario fue distinto, pues su estructura productiva e industrial era otra. Con la huelga de Villa Constitución en el año 1975 empezó a destruirse los niveles de organización sindical y social existentes, para luego ya con el golpe del 76, barrer la resistencia que varios sectores políticos estaban dando.

Durante los 90 irrumpió el socialismo en el gobierno y no puede negarse que las distintas gestiones pusieron una impronta, y generaron acciones que paliaron situaciones sociales críticas donde entre un 25 a un 30% de la población vivía en villas de emergencia.

Como bien dice su actual intendenta, Mónica Fein, hoy hay miles de empleados municipales en áreas relacionadas a lo social, la salud, la cultura entre otras; pero ante los nuevos desafíos que el crecimiento de las ciudades tienen, la cantidad no asegura la calidad; y es muy probable que actividades que antes dieran respuesta a necesidades concretas, hoy ya no tengan ni la misma tónica, ni interpreten las carencias de la gente. Y hay entonces un Estado que no llega allí donde están los más pobres, donde la complejidad de la convivencia del delito, la droga y la miseria, ha generado otro mapa, otra cotidianeidad en la vida de miles de familias.

La cuestión no es ya que el socialismo no quiere reconocer esto, sino que esa negativa, lo ha transformado en parte del problema.

Algunos afirman que el peronismo en el gobierno pactó, durante los años que estuvo en el poder, con la policía sobre determinados rubros y formas del delito, mientras que el socialismo dejó al arbitrio de las fuerzas de seguridad el manejo casi absoluto del territorio. Y la policía se transformó en socia del narcotráfico.

Esta definición que en tiempo pasado o presente es de una gravedad  inusitada, parece ir corroborándose con el correr de los acontecimientos.

Es cierto que las redes internacionales del narcotráfico necesitan de un abordaje donde intervenga el Estado nacional; pero esto no puede utilizarse como excusa a la hora de evaluar hechos como los que ocurrieron y vienen sucediéndose en los barrios rosarinos.

No es casual entonces que los soldados de los narcos estén matando militantes sociales; pues ante la ausencia del Estado (un centro comunitario municipal no es en sí mismo una política); son las organizaciones populares quienes representan la última frontera organizativa que, los vendedores de droga y su propia estructura de funcionamiento, deben atravesar para quedarse con el manejo completo del territorio, mientras la policía les asegura zonas liberadas y espacio para manejarse.

Y si como decíamos, ante  el no reconocimiento de que “algo” no se está haciendo bien por parte del gobierno provincial, indudablemente  va a resultar muy complicado coordinar acciones con quienes han manejado la última crisis policial, con la poco feliz idea de reemplazar el jefe cuestionado por  su segundo, como si la cadena de mandos, estuviera segmentada o con  otra lógica de funcionamiento que no sea la de la verticalidad absoluta.

Y entonces, vuelven a resonar aquellas palabras de “narcosocialismo” o las más actuales de   “Estas cosas no pueden suceder sin la complicidad del Estado”.

Recordando el ejemplo de Maceió, es necesario también valorar que ya alguien ha empezado a advertir que algunos sectores de Rosario van camino a reproducir la situación vigente en el estado de Sinaloa en Méjico, donde el narcotráfico no sólo opera libremente, sino que tiene su propio aparato militar.

Y el error que comete el gobierno provincial es que frente a este tipo de aseveraciones que son “muy pesadas”, en cambio de dar un debate de fondo, utiliza su aceitado aparato de marketing para desacreditarlas y termina, casi siempre, imputando al gobierno nacional de la mayoría de los males.

Esta actitud se repite en otras instancias que parecen muy alejadas del tráfico de drogas, pero que a la hora de “generar políticas activas” para enfrentarlo; y en donde se necesitan recursos para generar medidas concretas,  y que impacten decididamente en esos lugares de mayor debilidad del tejido social, adquieren otra dimensión.

El socialismo en los últimos cinco años ha decidido pactar con las patronales del campo y con los grandes sectores industriales y entonces, la discutida reforma tributaria que debía apuntar, básicamente, a esos grandes grupos económicos, quedó en acuerdos de oficinas con una parte de los senadores y varios diputados de la oposición.

Por muchas razones el socialismo puede seguir triunfando electoralmente en la provincia, pero su matriz de gestión, aquella que alumbró ante el evidente desgaste del peronismo después de más de veinte años en el poder,  parece estar en crisis, disimulada por la fragmentación del peronismo y su falta de estrategia de conjunto para capitalizar esta situación. No parece justo tampoco olvidar que muchos legisladores del PJ han terminado siendo funcionales totalmente al esquema de poder que subyace en la provincia.

De igual forma, mientras todo esto sucede en Santa Fe, algunos aliados al socialismo se pasean con Pat Gray por las playas de Mar del Plata o esbozan análisis para justificar los saqueos que se produjeron antes de Navidad.

Vale reconocer que en medio de esta compleja realidad, aparecen centenares de mujeres y hombres que siguen apostando al trabajo comunitario, al merendero, a las huertas, a la asistencia a enfermos y viejitos, a organizarse frente a la carencia de agua o luz. Gente que está construyendo otra historia, plagada de esfuerzos y sacrificios, pero también sometida al apriete cotidiano, a las amenazas, a la impunidad, a los heridos y muertos.

No puede ya seguir tapándose el sol con la mano. La noche ha llegado.



                                                           CARLOS BORGNA

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