La
ciudad de Maceió en el sureste brasileño encabeza el ranking de las de mayor
criminalidad de ese país. Tiene playas hermosísimas y lugares que son
frecuentados, fundamentalmente, por miles y miles de turistas y las inversiones
inmobiliarias se han incrementado exponencialmente en los últimos veinte años.
Es
evidente que en el imaginario popular, si se preguntara cual de las urbes de
Brasil son las más violentas, Río de Janeiro y Sao Pablo surgirían
inmediatamente; sin embargo las estadísticas dicen otra cosa.
Este
enclave turístico ha llegado a esta situación pues el narcotráfico ocupó las
barriadas pobres y se disputan el territorio y la venta de drogas a los
extranjeros que visitan el lugar. Es decir, se matan entre pobres, en su gran
mayoría jóvenes.
La
ciudad de Santa Fe en los últimos años comparte siempre algún lugar del podio
en los índices de criminalidad de Argentina; sin embargo la información sobre
estos hechos, raramente, es tapa de algún diario de tirada nacional o de un
canal de televisión capitalino. Allí sólo se muestra la inseguridad que hay en
Buenos Aires, sin aclarar que se le llama así a un territorio compuesto por
numerosísimas ciudades, algunas de ellas
a decenas de kilómetros una de otra; e inclusive se presentan como hechos de
este tipo, situaciones de violencia familiar, abuso infantil, etc. que en
realidad responden a otra tipología y motivos. No es casual que se le diga
Buenos Aires a Wilde en el sur y a Tigre en el norte del conurbano.
La
capital de Santa Fe es una de las muestras más palpables de la irrupción del
modelo de la dictadura militar que desbastó su aparato productivo (parque
industrial de Sauce Viejo, por ejemplo) y terminó transformando a varias
generaciones de sus habitantes en beneficiarios de planes asistenciales,
subsidios y todo tipo de ayuda, ligada en muchos casos al clientelismo
político.
Los
demás eran empleados públicos o quienes desde la lógica del comercio y los
servicios atendían a ese importante rubro de trabajadores. La marginalidad circunstancial
se transformó en congénita y con el correr de los años el delito y la droga, avanzaron
y coparon muchos barrios santafesinos.
Este
diagnóstico no necesita de investigaciones universitarias, ni estudios
sociológicos, lo realiza cualquier habitante de la ciudad, y la década de los
90 terminó por solidificar ese modelo brutalmente, bajo la hegemonía reutemanista.
Lo
de Rosario fue distinto, pues su estructura productiva e industrial era otra.
Con la huelga de Villa Constitución en el año 1975 empezó a destruirse los
niveles de organización sindical y social existentes, para luego ya con el
golpe del 76, barrer la resistencia que varios sectores políticos estaban
dando.
Durante
los 90 irrumpió el socialismo en el gobierno y no puede negarse que las
distintas gestiones pusieron una impronta, y generaron acciones que paliaron
situaciones sociales críticas donde entre un 25 a un 30% de la población
vivía en villas de emergencia.
Como
bien dice su actual intendenta, Mónica Fein, hoy hay miles de empleados
municipales en áreas relacionadas a lo social, la salud, la cultura entre
otras; pero ante los nuevos desafíos que el crecimiento de las ciudades tienen,
la cantidad no asegura la calidad; y es muy probable que actividades que antes
dieran respuesta a necesidades concretas, hoy ya no tengan ni la misma tónica,
ni interpreten las carencias de la gente. Y hay entonces un Estado que no llega
allí donde están los más pobres, donde la complejidad de la convivencia del
delito, la droga y la miseria, ha generado otro mapa, otra cotidianeidad en la
vida de miles de familias.
La
cuestión no es ya que el socialismo no quiere reconocer esto, sino que esa
negativa, lo ha transformado en parte del problema.
Algunos
afirman que el peronismo en el gobierno pactó, durante los años que estuvo en
el poder, con la policía sobre determinados rubros y formas del delito, mientras
que el socialismo dejó al arbitrio de las fuerzas de seguridad el manejo casi
absoluto del territorio. Y la policía se transformó en socia del narcotráfico.
Esta
definición que en tiempo pasado o presente es de una gravedad inusitada, parece ir corroborándose con el
correr de los acontecimientos.
Es
cierto que las redes internacionales del narcotráfico necesitan de un abordaje
donde intervenga el Estado nacional; pero esto no puede utilizarse como excusa
a la hora de evaluar hechos como los que ocurrieron y vienen sucediéndose en
los barrios rosarinos.
No
es casual entonces que los soldados de los narcos estén matando militantes
sociales; pues ante la ausencia del Estado (un centro comunitario municipal no
es en sí mismo una política); son las organizaciones populares quienes
representan la última frontera organizativa que, los vendedores de droga y su
propia estructura de funcionamiento, deben atravesar para quedarse con el
manejo completo del territorio, mientras la policía les asegura zonas liberadas
y espacio para manejarse.
Y
si como decíamos, ante el no
reconocimiento de que “algo” no se está haciendo bien por parte del gobierno provincial,
indudablemente va a resultar muy
complicado coordinar acciones con quienes han manejado la última crisis
policial, con la poco feliz idea de reemplazar el jefe cuestionado por su segundo, como si la cadena de mandos,
estuviera segmentada o con otra lógica
de funcionamiento que no sea la de la verticalidad absoluta.
Y
entonces, vuelven a resonar aquellas palabras de “narcosocialismo” o las más
actuales de “Estas cosas no pueden
suceder sin la complicidad del Estado”.
Recordando
el ejemplo de Maceió, es necesario también valorar que ya alguien ha empezado a
advertir que algunos sectores de Rosario van camino a reproducir la situación
vigente en el estado de Sinaloa en Méjico, donde el narcotráfico no sólo opera
libremente, sino que tiene su propio aparato militar.
Y
el error que comete el gobierno provincial es que frente a este tipo de
aseveraciones que son “muy pesadas”, en cambio de dar un debate de fondo,
utiliza su aceitado aparato de marketing para desacreditarlas y termina, casi
siempre, imputando al gobierno nacional de la mayoría de los males.
Esta
actitud se repite en otras instancias que parecen muy alejadas del tráfico de
drogas, pero que a la hora de “generar políticas activas” para enfrentarlo; y
en donde se necesitan recursos para generar medidas concretas, y que impacten decididamente en esos lugares
de mayor debilidad del tejido social, adquieren otra dimensión.
El
socialismo en los últimos cinco años ha decidido pactar con las patronales del
campo y con los grandes sectores industriales y entonces, la discutida reforma
tributaria que debía apuntar, básicamente, a esos grandes grupos económicos,
quedó en acuerdos de oficinas con una parte de los senadores y varios diputados
de la oposición.
Por
muchas razones el socialismo puede seguir triunfando electoralmente en la
provincia, pero su matriz de gestión, aquella que alumbró ante el evidente
desgaste del peronismo después de más de veinte años en el poder, parece estar en crisis, disimulada por la
fragmentación del peronismo y su falta de estrategia de conjunto para
capitalizar esta situación. No parece justo tampoco olvidar que muchos
legisladores del PJ han terminado siendo funcionales totalmente al esquema de
poder que subyace en la provincia.
De
igual forma, mientras todo esto sucede en Santa Fe, algunos aliados al
socialismo se pasean con Pat Gray por las playas de Mar del Plata o esbozan
análisis para justificar los saqueos que se produjeron antes de Navidad.
Vale
reconocer que en medio de esta compleja realidad, aparecen centenares de
mujeres y hombres que siguen apostando al trabajo comunitario, al merendero, a
las huertas, a la asistencia a enfermos y viejitos, a organizarse frente a la
carencia de agua o luz. Gente que está construyendo otra historia, plagada de
esfuerzos y sacrificios, pero también sometida al apriete cotidiano, a las
amenazas, a la impunidad, a los heridos y muertos.
No
puede ya seguir tapándose el sol con la mano. La noche ha llegado.
1 comentario:
Contaba una maestra en la Capital de Rosario que los chicos de los barrios carenciados juegan a los Narcos y las chicas... a Narcas... quiere decir que tendremos soldaditos y también soldaditas para largo.
Creo que la única forma de reducirlo sería bajando el nivel de los potencionalmente criminales o sea los ni ni . Como? Con la legalización del aborto voluntario y seguro. No creo que a niguna mujer le guste tener 10 ó 15 hijos/as, eso ya pasó, ya no es una necesidad como otrora.
Hoy para conseguir un trabajo se necesita educación y conocimientos, que tristemente en las familias desextucturadas es dificil de superar.
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