La suerte está echada en Brasil.
Ganó Dilma Roussef, la heredera del presidente Lula.
Habrá que tener paciencia y esperar unos días para coronar finalmente lo que no se pudo concretar el domingo pasado: que Dilma ganara en primera vuelta.
Las elecciones presidenciales brasileñas dieron por ganadora a la candidata del Partido de los Trabajadores, que trepó casi hasta el 47 % de los votos; pero al no llegar al 50 % deberá someter su postulación a la segunda vuelta a realizarse el próximo 31 de octubre.
Si uno considera el salto que pegó Brasil con el presidente Lula en los últimos años, no es sencillo entender por qué la ciudadanía no premió ese crecimiento económico con inclusión social de una manera más contundente; por ejemplo, votando por su candidata Dilma con la cantidad de votos suficientes para que triunfe cómoda en la primera vuelta.
Pero ya está. La verdad es que el PT triunfó con una victoria tan holgada que todo hace presumir que esos tres puntitos que le faltan, los cosechará sin mayores inconvenientes en el balotaje.
No es eso lo que ocupa en estas horas a los analistas de allá y de acá, sino desentrañar el porqué del resultado obtenido por la tercera candidata más votada, Marina Silva, que logró arañar casi el 20 % de los sufragios.
Elegida por Lula en su primer gobierno para gestionar el área ambiental, Silva terminó yéndose del PT con críticas tan reaccionarias que muchas veces pareció que era la verdadera opción de la derecha brasileña y no el candidato José Serra, que resultó segundo.
Pusimos nuestro ojo curioso sobre ella y nos enteramos que, quien se presentó como candidata del Partido Verde, con un discurso progresista y ecologista, en verdad estaba apoyada por una buena parte de las poderosas iglesias evangélicas brasileñas, por la Federación Industrial del Estado de San Pablo, por la Federación Brasileña de Bancos y varios multimedios muy importantes en el país vecino.
El corresponsal en San Pablo de la agencia italiana ANSA, Pablo Giuliano, afirmó ayer que "Marina Silva se nutre fundamentalmente de votantes de derecha ".
Otros analistas coinciden en que la derecha más troglodita no se atomizó, porque concentró sus votos entre Serra y Silva.
En la última fase de la campaña, el candidato opositor, José Serra, al ver que sus chances se desvanecían irremediablemente y que ni siquiera podría alcanzar la oportunidad de disputar una segunda vuelta electoral, llamó a votar por Marina Silva antes que le entreguen el voto a Dilma.
En buena parte consiguió esa meta. Aunque es tanta la distancia que le sacó Dilma que aunque la dirigente "verde" llame a votar por él, sería imposible conseguir que el electorado se encolumne unánimemente atrás de Serra.
Lo que resulta paradójico es que la progresía de izquierda que se expresa desencantada con el PT, con Lula y con Dilma, vaciara de esos votos al gobierno y los invierta en una candidata que viste ropaje progresista, pero claramente funcional a los intereses de la derecha brasileña.
Estos elementos explicarían el análisis de algunas consultoras políticas que ayer afirmaban que la razón principal para llegar al balotaje, evitando que la candidata de Lula triunfase en primera vuelta, no estaba en la perfomance de Serra, sino en la de Marina Silva.
La derecha lo hizo posible nuevamente: usó una candidata "por izquierda" para favorecer a su candidato.
Con la gestión de Lula, Brasil se integró decididamente a la región, tanto al Mercosur como a la Unasur; sacó de la pobreza a 30 millones de personas, cambió el paradigma neoliberal que lo antecedió priorizando el mercado y el consumo interno, recuperó el trabajo y la producción y en consecuencia disminuyó drásticamente el desempleo.
Los argentinos deberíamos sacar algunas enseñanzas de estas elecciones.
No todo da igual como quieren convencernos algunos medios.
Serra, hoy favorecido por el voto "verde", amenazó con irse del Mercosur si fuese posible.
Pese a ellos, ganó Dilma, ganó el PT, ganaron los más humildes.
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