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sábado, 28 de febrero de 2009

Hay que devolverle el Estado a la Nación



Carta Abierta del Senador de la Nación Eric Calcagno


Hay que devolverle el Estado
a la Nación

Estado bobo, ciego, complice, Estado inútil, enorme en sus flacuras... Estado que muestra a cada paso sus limitaciones y sus tiempos, alejado de las urgencias de la ciudadanía... turnos eternos en los hospitales públicos y trámites kafkianos en la administración, apenas dos ejemplos.. Pero, ¿Y si fuese que el funcionamiento de este Estado es el resultado normal y esperable que corresponde a los lineamientos con los que fue diseñado en los últimos tres decenios del siglo pasado?
Ubiquémonos en el contexto anterior. La Argentina tenía distintos grados de funcionamiento, que iban de lo bueno a lo pésimo, según fueran los estratos de población concernidos. De los 40 millones de habitantes, todo iba muy bien para 3 millones, que vivían y siguen viviendo como la clase alta de los países desarrollados. Para los siguientes 7 millones, las cosas transcurrían bastante bien: creian que 1 dólar era igual a 1 peso, viajaban a Miami y no quisieron enterarse que habían desaparecido las personas y el Estado. A su vez, 10 millones de personas miraban a esa sociedad del espectáculo, frivolizada, mediática, con la esperanza de incorporarse algún día a los grupos privilegiados y con mucha más envidia que asco.
Pero afuera quedaban 20 millones de habitantes excluídos: era el 46% de pobres sobre el total de la población (de los cuales el 19% era indigente), el 22% de la población económicamente activa desocupada, el 40% de la población sin seguridad social.
Durante el régimen militar (1976-1983) y el menemismo-delarruismo (1989-2001), uno de los principales ejes de la acción del Estado fue el resguardo de esta desigual distribución del ingreso y de la riqueza. Por una parte, había que mantener los mecanismos de distribución injusta del ingreso y la riqueza que beneficiaban a los 20 millones de arriba; y por la otra, impedir la protesta de los 20 millones de abajo. Para eso se utilizó la represión en el régimen militar y la desvirtuación de la conciencia nacional durante el menemismo y el delarruismo, que además consumó el derrumbe, por inercia.
El modelo neoliberal fracasó no porque el Estado que diseñó a tales fines no lo sostuviera hasta el final, sino porque sus propias contradicciones económicas lo convertían en inviable y pernicioso. Un esquema basado en el endeudamiento tenía que caer cuando ya nadie prestara más. Que fue lo que sucedió.
El 2003
Llegamos al 2003. La transformación del país era una cuestión de supervivencia nacional. Había síntomas de disolución nacional: circulaban 14 monedas, la desocupación era del 22% y la pobreza del 46%, a la política económica la fijaba el Fondo Monetario Internacional, el Banco Central carecía de reservas. Era imperioso transformar la realidad y ante todo había que integrar a la Nación a los 20 millones de personas que estaban afuera. En eso debía concentrarse la acción pública. No era una novedad histórica, ya que cambios de análoga magnitud los realizaron en la posguerra los principales países industriales: por la acción estatal, Estados Unidos logró la hegemonía mundial; Alemania, no hace tanto, instrumentó la unidad nacional; Francia aceleró el desarrollo, la homogeneidad social y la construcción europea; y Japón recuperó la independencia nacional y convirtió al país en potencia mundial.
Pero en la Argentina existía un problema adicional: al mismo tiempo que se utilizaba al Estado para transformar al país, había que reformarlo en profundidad para que fuera apto para esa nueva tarea. Durante muchos años lo habían desvirtuado y utilizado para resguardar y elevar el bienestar de los 20 millones de integrados y para mantener a raya a los 20 millones de des-integrados. Estábamos en una sociedad dual, de pobres y ricos con fuertes muros de contención; dos de los más importantes eran la represión y los medios de comunicación. Los ricos tenían trabajo o rentas, y era distintos sus consumos de salud, de medicamentos, de comida, de justicia, de educación, de música, de cultura, de sistema de representaciones y de mitos.
Los incluidos eran habitantes de primera, los excluídos, de segunda; y la diferencia era abismal, tanto en cantidad como en calidad (comenzando por la cantidad y calidad de vida). Esta terrible división entre quienes están dentro de la sociedad y que se benefician de los servicios del Estado, y los que están afuera y no se benefician. Su superación constituye el meollo de la actual política argentina. La única forma de instrumentar esa transformación es mediante la acción del Estado; pero el Estado fue manipulado para que no sirviera a esos fines sino a los opuestos; es decir, para consolidar la dominación que ejercían los incluidos; era un Estado que discriminaba en contra de los excluidos. Por eso, su reorientación y rehabilitación es una necesidad histórica.
Del 2003 en adelante
La tarea emprendida desde 2003 se dirigió en lo fundamental a integrar a los 20 millones de excluidos, lo cual es muy difícil. La tarea comenzó con una polìtica de crecimiento económico, que llevó a que el PIB creciera al 9% anual durante 5 años, a que la inversión se elevara del 12 al 24%, a que la desocupación bajara del 22% al 7,8%, a que la pobreza descendiera del 46% al 25%. Con ello, 3,5 millones de personas consiguieron empleo, el trabajo “en negro” descendió del 43% de la población económicamente activa en 2004 al 36,5% en 2008; y los salarios superaron en promedio los niveles de 2001.
Hay algunas preguntas básicas que estructuran la cuestión económica, vinculadas a la acumulación, a la producción y a la distribución de bienes y servicios: ¿quién genera la riqueza?, ¿quién se queda con esa riqueza? y ¿qué hace con esa riqueza? Lo curioso es que las respuestas a esas preguntas no son económicas sino políticas, y quien instrumenta la respuesta a esas preguntas... es quien detenta el poder del Estado. De allí la necesidad, para los grupos de poder tradicionales, en obliterar el Estado en sus funciones, en destruir el Estado como estratega del desarrollo y garante de los derechos sociales y bienes públicos esenciales. De allí la necesidad, según las épocas, de desaparecer primero y cooptar después los cuadros políticos de la transformación, así como la destrucción de las empresas públicas, verdaderos instrumentos de acción económica directa. El caso de Aerolíneas es paradigmático: de privatización señera a saqueo permanente, hasta la recuperación de un servicio público que tiene que estar al servicio del desarrollo nacional. ¡Pero como ha costado!
Conclusiones
Tal vez aquí está el meollo de los actuales conflictos. Irigoyen cae porque la oligarquía quería gerenciar la salida de la crisis de 1929 en provecho propio; el primer peronismo cae cuando la parte de los asalariados en el ingreso trepó hasta más del 50%. Ahora, la participación de los asalariados en la distribución de la riqueza subió 9 puntos porcentuales en tres años, lo que disminuyó en igual medida la retribución del capital. En ese contexto es posible leer la crisis del campo como la articulación de los sectores de poder tradicionales para mandar un mensaje claro: no se tolera más la distribución del ingreso hacia los 20 millones de excluidos, el Estado no está para integrarlos, sino para contenerlos o reprimirlos. Ya vimos cómo rechazó con cortes de ruta y desabastecimiento una ley redistributiva que gravaba ganancias extraordinarias: viejas ideas, fuertes medios y marcar la cancha y continuar con el desprestigio destituyente. Nada menos.
Así como el Estado oligárquico de la argentina agroexportadora no se bancó el sufragio universal de Irigoyen, ni el Estado de la década infame podía responder a las necesidades de la época peronista, el Estado represor del gobierno militar y el desguazado Estado neoliberal de 1989-2001 no sirven para incorporar a los 20 millones de excluidos. Por eso habrá que reformarlo a fondo, al mismo tiempo que se utiliza lo que se tiene para transformar la realidad. No se trata de etapas sucesivas, sino de complejas operaciones simultáneas.
Si logramos incorporar de pleno derecho a los 20 millones de ciudadanos hoy excluidos, en la producción, distribución y consumo, es toda la sociedad y la realidad argentina que va a cambiar, desde su andamiaje político y jurídico hasta sus estructuras tecnico-economicas. Pero es esencial crear el Estado correspondiente a esa necesidad histórica. Es la esencia de este proyecto político, con vocación de poder transformadora. Hay que devolverle el Estado a la Nación.
Senador Nacional Eric Calcagno

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