Por Jorge Luis Ubertalli
No apareció alegre el sol bajo los campos del Talar ni hubo fiesta en el Rancho e’ la Cambicha ese día lluvioso de julio.
En harapos, el alma popular se estremecía, presa de una profunda tristeza que ni las ocurrencias de don Antonio Tormo, ni las glosas de Hugo del Carril ni el coro que contrapunteaba a Juanita Larrauri, podían atenuar. Nada mas que dolor y tristeza cabían en esas calles empapadas de lluvia, lágrimas y gentes, venidas de aquí y allá, alargándose cuadras y cuadras, para despedir a Evita que, cual amada madre colectiva y nuestra, se había marchado, dejándonos casi huérfanos.
A pesar de que solo contaba con cinco años, recuerdo aquellos momentos. Tomado de la mano de mis viejos, subiendo las escaleras sin mirar atrás, como el viejo había recomendado, contagiado por el dolor circular y casi ahogado por los apretujones, llegué a esa sala.
El cuerpo de Evita apareció ante mí, pálido y tieso, dentro de aquel catafalco protegido por un vidrio que, ante cada beso, era fregado con alcohol por las enfermeras dispuestas para el caso. En brazos de mi vieja besé y acaricié el vidrio a la altura del rostro de esa mujer, que parecía de cera. Luego regresamos los tres escaleras abajo, y salimos, compartiendo con los demás nuestras cuitas y adioses.
Días antes de su muerte, se habían alzado altares en el barrio, donde los vecinos rezaban y esperaban un último milagro. La Ñata, enfermera, que corría en otras épocas de aquí para allá para inyectar a viejos y niños, curar alguna herida, limpiar y vendar raspones, había levantado uno en su casa, presidido por la foto de Eva. Allí fuimos varias veces con mis viejos para pedir por ella. No hubo que hacerle, aquel 26 de julio se nos fue.
Sin embargo quedó en nosotros.
Nos servía en la escuela el chocolate caliente los 25 de mayo y los 9 de julio, nos alcanzaba los desayunos a la cama los días de frio, nos alentaba y acariciaba cuando estudiábamos las primeras lecciones, nos remendaba los pantalones, el hilo y el dedal siempre prestos, nos servía la sopa en los mediodías y en las noches circulares, nos arropaba en los inviernos del cuerpo y el alma y nos daba consejos para ser mas buenos, justos y solidarios. Ella se plasmó en nuestras madres, tias, hermanas, abuelas, novias, esposas. La vieja, siempre con nosotros, nos acompañó en todas las patriadas.
Los que nacimos de su regazo social y abrevamos en su ternura y bravura de leona la enarbolamos, ya mozos, en todos los combates contra la injusticia y la opresión del mundo, del cual formamos parte. Ya peronistas, ya marxistas-leninistas, ya anarquistas, ya comunistas, socialistas, cristianos revolucionarios u otros, fuimos y seremos Evitistas.
Fuimos y seremos los hijos de “la chola”, “la negrita”, aquella mujer que se vino desde un pueblo campero de la pampa, cargada de estigmatizaciones desde su nacimiento; que declamó poesías y guiones radiales y cinematográficos; que amó a los suyos y los defendió siempre; que una vez dijo, al regresar de la España fascista: “A la mujer de Franco no le gustaban los obreros, y cada vez que podía los tildaba de ‘rojos’ porque habían participado en la guerra civil. Yo me aguanté un par de veces hasta que no pude más, y le dije que su marido no era un gobernante por los votos del pueblo sino por imposición de una victoria. A la gorda no le gustó nada”; que contando con pocos años fue a la escuela, un 3 de julio de 1933, dia del fallecimiento del peludo Hipólito Yrigoyen, derrocado tres años antes por un golpe militar reaccionario, luciendo un moño negro sobre el guardapolvo; que un 1 de mayo de 1949 confesó: “Prefiero ser
Evita, antes de ser la esposa del Presidente, si ese Evita es dicho para calmar algún dolor en algún hogar de mi patria.”; que también bramó, a pesar de la enfermedad que ya la consumía; “me rebelo indignada con todo el veneno de mi odio, o con todo el incendio de mi amor- no lo se todavía- en contra del privilegio que constituyen todavía los altos círculos de las fuerzas armadas y clericales”: que tendió la mano a sus iguales, los niños, las mujeres, los ancianos, los trabajadores, a los que propuso armarse no sólo de leyes sino de aceros, y a los que sirvió hasta su partida, a contrapelo de habladurías, conspiraciones e intrigas palaciegas.
Ahora, en este día de tristezas, sigue alzando su voz.
Empujándonos, dándonos fuerza para que lleguemos, en una gran corriente, originada desde muchas vertientes, a una sociedad sin explotadores ni explotados, sin opresores ni oprimidos, sin saqueadores del trabajo y la riqueza ajena.
Como siempre, Evita, nuestra vieja, sigue entre nosotros.
2 comentarios:
Acabo de ver que si vives en Andalucía los de Movistar te regalan una BlackBerry, unos cascos SkullCandy y un suculento descuento veraniego del 30%!!!!!
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Yo me he apuntado sólo por los cascos, que están chulísimos!
Me encantó, me llegó al corazón
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