Algunas consideraciones sobre el libro de Charlie Moore
...un hombre que sirvió a la causa del Mal demasiado abiertamente y a la del Bien demasiado en secreto: el crimen de su época.
Kurt Vonnegut (Jr.)*
Por Julio Carreras
Hace poco más de un mes, durante una cena de funcionarios, repentinamente entró el secretario privado de la presidenta, Cristina Fernández de Kircher. Dirigiéndose a un diputado, le dijo:
-Ché, no puedo conseguir este libro que me ha encargado la señora... He recorrido todas las librerías de Buenos Aires y nada.
Uno de los que estaba cerca era un ex preso político. Escuchó el título:
-La búsqueda... de Charlie Moore.
Entonces dijo:
-Yo sé quien puede tener alguno para vender...
Los otros dos se le fueron encima y luego de una llamada, minutos después el automóvil oficial de Presidencia corría a la casa del “Mono Yeyo“, para comprar el libro. Distribuido en Buenos Aires por la Asociación Nacional de Ex Presos Políticos.
¿Cuál era la importancia de un libro, para que la presidenta de la Nación tuviese tanta urgencia por tenerlo? Hoy, 29 de noviembre de 2010 bien temprano, he terminado de leer, en apenas dos días, sus 375 páginas. Corroboro la opinión que espontáneamente expresé, apenas me narraron la anécdota: es un libro que debería leer toda la población argentina. Y por cierto me parece muy bien que lo haya leído, entre las primeras, la presidenta.
Quien lo escribió, en realidad, es un oficial de la policía Judicial de Córdoba, Miguel Robles. Y lo hizo muy bien. O quizá fue asesorado por escritores profesionales. Tiene la estructura literaria de una novela, con final edificante.
Su argumento: la represión ilegal en la Argentina. Narrada por un testigo privilegiado; alguien que, durante seis años, trabajó en las entrañas mismas de la bestia.
El juicio a Videla
“Mediante teleconferencia desde Londres, Carlos Raimundo Moore prestó declaración en el juicio contra Jorge Rafael Videla, Luciano Benjamín Menéndez y otros 29 represores en los que identificó y relató los hechos aberrantes cometidos por los policías imputados que pertenecieron a la Dirección de Informaciones de la Policía, la temible D2 durante la dictadura militar”, dice la información publicada el 23 de septiembre de 2010 por gran parte de la prensa argentina.
Charlie “reconoció a Calixto Flores, Mirta Graciela la Cuca Anton, Miguel Ángel el Gato Gómez, Yamil Jabour y Carlos el Tucán Yanicelli y dijo que integraron la Brigada de Operaciones de la D2”.
Luego “aseguró que en la D2 existía una Brigada Civil compuesta por integrantes de las Triple A y que en su mayoría eran casi todos delincuentes contratados”. Dentro de esta brigada nombró a “Chocolate”, un Brasileño que terminó expulsado por Telleldín junto a otros compañeros”.
Si bien negó su participación en cualquier brigada de la D2, Moore dijo que fue Romano quien hizo trascender los rumores de que él era un traidor. “Un día nos hizo cambiar, poner pantalones y mocasines, salimos y nos hicieron para frente a una fila de prisioneros que trasladaban a la UP1 para que vieran que yo era el gran traidor, pero el traidor fue el Coya” dijo.
Antes de la llegada de Telleldín a la D2, Moore dijo que “el primer militar en arribar fue un teniente que se hacía llamar Gastón o teniente Vargas. Con el paso del tiempo pudo descubrir que en realidad se trataba del capitán Verges que también llegó acompañado del capitán Quiroga”.
Además dijo que “desde esta dependencia policial perpetraron la colocación de bombas con un alto poder explosivo en diversos lugares para atribuirselos a la organización Montoneros”. Enumeró las que les pusieron a l ex juez federal Zamboni Ledesma, al Arzobispado de Córdoba, al Smata, a Cinerama y al Club Hebraica, varias de las cuáles fueron puestas por el “Gato“ Gómez.
Después de la bomba colocada en el cinerama, en noviembre de 1976 -episodio que se le atribuyó a Montoneros-, Moore fue trasladado a La Perla, donde rechazó el ofrecimiento para ocupar puestos de inteligencia. Luego fue trasladado a la D2 previo a pasar por el Campo La Ribera donde se enteró por boca del Gato Gómez que “él junto a Lucero habían sido quienes la habían colocado (a la bomba)”.
“Entre la innumerable cantidad de hechos que relató, Moore dijo que los miembros de la D2 asesinaron a doce policías entre los que se encuentran los crímenes de Fermín Albareda, acribillado brutalmente en la Casa de Hidráulica, en las inmediaciones del dique San Roque y de Robles cuya muerte fue simulada como un hecho de Montoneros durante años”.
Para 1977 en la D2 Moore dijo que además de él y su mujer “quedaban cuatro detenidos políticos, algunos testigos de Jehová y cuatro gendarmes porque ya había dejado de funcionar el Campo La Ribera como centro de interrogación y ya estaba abierta La Perla y la Dirección de Informaciones contaba con la Casa de Hidráulica en el dique San Roque como centro de exterminio”.
También dijo que “durante los primeros tres o cuatro años escribió en papeles de cigarrillo para armar todo lo que sucedía dentro de la dependencia policial y que a través de un correo trucho al que prefirió no mencionar, fue sacando hacia fuera toda la información que luego su madre llevó a Brasil en 1980. Ésto le permitió realizar su declaración en San Pablo en 1980, la cual sirvió como base de gran parte de los juicios de lesa humanidad en Argentina”.
Destacó en otro tramo de su declaración que en la D2 existía un especial trato con quienes eran judíos porque tenían un especial simpatía por el antisemitismo no con el nacional socialismo Nazi. En este tramo mencionó los crímenes de Diana Fidelman, “La pendejita Judía” y “la Jaimovich”. Aseguró que esto no sólo le sucedía a las mujeres jóvenes y relató como “el Gato Gómez “achuró” a una mujer de edad avanzada. También señaló que Yanicelli tenía un “serio serio problema“ por los crímenes que estaban cometiendo pero prefirió no decir de qué se trataba.
Moore ha sido nombrado por distintos testigos que pasaron por el juicio, como un detenido político, que luego pasó a colaborar con los represores y torturadores en el Departamento de Informaciones (D2) de la policía provincial.
Fue detenido el 13 de noviembre de 1974 y permaneció en las dependencias policiales con su esposa Mónica Cáceres durante seis años hasta que escaparon a Brasil. Al llegar a San Pablo realizó una declaración el 15 de noviembre de 1980 donde detalló el horror que había presenciado durante tantos años en la D2.
“Finalizando su declaración Charlie Moore dijo que el que pueda afirmar que puede vivir tantos años incomunicado está mintiendo, se establecen relaciones” y agregó que “en las condiciones de detención lo explotaron como un esclavito, lo trataron como servidumbre“.
Al comienzo de su declaración afirmó: “jamás pensé que iba a estar declarando en este juicio“ y explicó que pasado el juicio a las juntas en 1985 vino la obediencia debida y pensó que todo lo que había sucedido no se iba a saber más”. Al llegar el primer juicio contra Menéndez “recuperé la esperanza“ dijo. (Fuente: Diario del Juicio a Videla, Córdoba, resumen de prensa.)
Cuestiones personales
Por mi parte, las acciones y el nombre de Charlie Moore me persiguieron desde el mismo inicio del fatídico año 1976. Yo tenía 26 años recién cumplidos, entonces. Y había sido detenido en San Francisco de Córdoba por el D2. Desobedeciendo mis ruegos y mis “órdenes“ (pues yo era el responsable para el Departamento San Justo del PRT-ERP), mi esposa había demorado en escapar. Y la habían detenido también, algunas horas después que a mí, en su búsqueda desesperada de un abogado, que intentase salvar mi vida. Para quienes no vivieron aquella época es necesario recordar que los diarios publicaban la aparición de quince o veinte cadáveres cada día. Acribillados a balazos, con signos de tortura: eran las señales de la Triple A (que en Córdoba habían comenzado a llamarse Comando Libertadores de América, lo cual tenía también un sentido político de preparación al golpe militar, como se verá al leer el libro de Moore).
Entonces nos hallábamos en aquel horrendo sitio de torturas, mi esposa, mi hijita de cinco meses y yo. (Después sabría que por un oportuno Hábeas Corpus, presentado por un senador y abogado de la familia, a mi esposa la trasladaron a la cárcel muy pronto. Pero durante los once días que pasé en aquel sitio infernal, pese al atontamiento provocado por los golpes y la picana me atormentaban más los destinos que temía para mi compañera, y mi pequeña hija.) Como a los tres o cuatro días, se acercó un torturador y me puso su pistola en la frente. Me habían sometido poco antes a otra sesión de torturas, ahogándome en una pileta luego de ponerme una bolsa de plástico en la cabeza. “Ahora te vas a la mierda, hijo de puta“, me dijo, levantándome un poco la venda. Entonces apretó el gatillo y sólo se escuchó un “click“. Riéndose a carcajadas, el tipo gritaba que me había salvado porque “se la había trabado esa pistola de mierda“.
Durante un rato largo quedé al parecer solo, sin moverme en absoluto (tampoco podía hacerlo demasiado por los golpes), con la ropa en jirones, ensangrentado, el cuerpo empapado, yaciendo sobre mis manos, una de ellas lastimada, que habían esposado a mis espaldas.
Entonces escuché una voz cálida, cordial.
-Qué necesidad tenés, pibe, de meterte con esos tipos del ERP... ¿ves lo que te pasa? Pero todavía estás a tiempo de colaborar... No son lo que te imaginas. Aquí tenemos un colaborador que era un alto jefe del ERP. Él te va a contar lo que son realmente esos por los que vos te hacés maltratar. Te vamos a hacer hablar con él... vení, parate...
Comprendí que había otros cuando un segundo individuo me agarró de atrás y me levantó en vilo hasta depositarme erguido. Luego me llevaron por un pasillo, tomándome de un brazo para que no chocara pues tenía los ojos vendados. Recién al entrar a una oficina -calculé veinte metros hacia delante-, me pusieron una silla detrás, me ordenaron sentarme, y me quitaron la venda.
Ante mí se presentó una escena fantástica. Un hombre como de 30 años, impecablemente vestido, rubio, buen mozo, con ojos azules, me miraba desde atrás de una mesita con papeles. En el acto me di cuenta que no era policía.
-Soy un compañero tuyo... -me dijo, como si hubiese leído mi pensamiento-: me llamo Kent.
Los colaboradores
Me mostró un ejemplar de El Combatiente, preguntándome si sabía lo que era. Le dije que sí.
-Era uno de los que vos llevabas en el paquete secuestrado cuando te detuvieron.
Me habían capturado con una gran caja, donde había 150 ejemplares del periódico El Combatiente, la misma cantidad de la revista Estrella Roja, del PRT y el ERP. Y una gran cantidad de libros, folletos, calcomanías, en fin, aunque no lo había abierto, sabía lo que contenía.
-Mirá, aquí te van a tratar bien... yo estoy colaborando con ellos ahora... A mí, como a vos, me tenían engañado los del ERP... Ellos, los de la dirección, se dan la gran vida, manejan muchísima guita, y a los militantes de base, como vos y yo, nos mandan al frente... Aquí me explicaron todo eso, me mostraron pruebas, de tipos que yo los consideraba unos ídolos, y al primer sopapo cantaron todo... ellos me cantaron a mí...
Había algo incongruente en él. No tenía convicción. Y su imagen, pese a la pulcritud, era muy triste. Luego de haberme mantenido fielmente adherido al “minuto“ que tenía -esto es, que el ERP me pagaba sólo para retirar y entregar paquetes: esto era lo único que me ligaba a esta organización-. Tampoco podía dar nombres, pues yo sólo veía por instantes a personas siempre nuevas, siempre desconocidas.
Después de la conversación con Kent mermaron las torturas. Pero no me libraron de ellas por completo. Una noche, Kent se acercó sigilosamente. Me dio una manzana, pues no había comido absolutamente nada en todos esos días y me pidió, con voz temblorosa: “por favor, deciles a los compañeros que yo no torturo“.
Me tiraban boca arriba en una celdita donde apenas cabía mi cuerpo. No soy alto -1.72-, pero para que entrase acostado en el suelo (al principio no me podía sentar), debían dejar la puerta abierta. Casi tocaba con los hombros las paredes de cada lado. Varios días escuché a dos conversar al lado, donde parece que había otra celda (leyendo el libro constato ahora que debía ser la celda de Charlie Moore). Kent lo visitaba. Pero Charlie llevaba casi siempre la voz cantante. Hablaba todo el tiempo de armas. De helicópteros artillados, de ametralladoras pesadas, de misiles. Al parecer tenía revistas especializadas en eso, pues yo lo escuchaba mostrarle a Kent una u otra fotografía de sus páginas. En aquel tiempo, hablaba constantemente de ir como mercenario contratado por los yankis, a sus guerras del África. Intentaba convencerlo a Kent, quien no parecía entusiasmado, aseguraba que los militares argentinos los iban a ayudar.
Cuando llegué a la cárcel pregunté a los compañeros quién podría ser ese tipo: me lo dijeron en el acto. “Charlie Moore... un loquito de la guerra que con su pequeña organización, el MP17, fue integrado al ERP como apoyo militar externo y luego traicionó“.
¿Salvación o sambenito?
En su libro, Charlie Moore dice “Kent y yo nos dábamos cuenta de que Mendizábal era superior a Osatinsky, en Montoneros“. Esto refiriéndose a la captura de toda la dirección de Montoneros en Córdoba, por parte de la D2. Y según ellos, le salvaron la vida a Mendizábal al no decirles esto a Tissera ni Telleldin, los jefes. Pues fusilaron a Osatinsky creyendo que él era el jefe máximo. Cuando en realidad lo era Mendizábal. “Así, continúa Charlie Moore, Mendizábal se fue tranquilamente en Libertad y volvió a entrar al país para la contraofensiva montonera“.
Aquí hay un error de información. Con mi esposa Gloria nos tocó prestar declaración ante el juez Zamboni Ledesma juntos con el “Lauchón” Mendizabal, jefe de Montoneros en la cárcel. Aquél día, él escapó. Su abogado, cuando estuvieron ante el juez, le entregó una pistola que había podido introducir entre las ropas. Desde el exterior, un fuerte comando montonero cubrió la huída. Nosotros quedamos en medio del tiroteo; los policías nos hicieron meternos bajo un escritorio de metal. Desde allí veíamos los balazos cruzados y saltar a cada tanto un pedazo de revoque de las paredes, o astillas de los muebles. Así fue realmente la “libertad” de Mendizábal.
Pero continuemos con Charlie. Varios años más tarde, en 1979, unos cuarenta prisioneros fuimos trasladados desde todo el país nuevamente hacia Córdoba. Nadie nos dijo para qué; sin golpes ahora, pero con las manos esposadas a una argolla en el piso del avión, de cuclillas y con los ojos vendados. Al llegar nos introdujeron en un pabellón de la UP1 con celdas individuales. Por un agujero que habían hecho, aserrando cada puerta de chapa, nos pasaban cada día la comida. Como podíamos vernos las caras, al menos con dos o tres de los que estaban al frente, intercambiábamos información con el lenguaje de las manos utilizado por sordos. Coincidimos entonces que todos teníamos algo en común (aparte de nuestra militancia en el PRT): habíamos sido incluidos en la causa por el copamiento del cuartel militar de Villa María.
Cierta noche, como una semana después, entró un sacerdote. Acompañado por un guardiacárcel, se dirigió rectamente a mi celda. Era un hombre alto, jovial, de apellido italiano. Me dijo que le habían dado diez minutos para hablar conmigo, que mi papá estaba fuera de la cárcel, esperando. (Mi familia siempre estuvo ligada a la iglesia católica y mi hermano era cura.) Primero me informó todo lo que mi papá le había encomendado, luego me pidió le dijese mi mensaje para transmitírselo. ¿Qué podía decirle? Solamente que no se preocupara, que yo estaba bien. En ese tiempo yacíamos tan indefensos bajo el poder absoluto de estos criminales, que solamente encargar algún trámite a un familiar podía significar su muerte. Sin ningún beneficio para nosotros. Se fue.
Lo que fue impactante cuando lo comuniqué a todos los compañeros, era la razón de nuestra permanencia, incomunicados, allí. El juez federal, Eudoro Vázquez Cuestas, planeaba “una reconstrucción del copamiento del cuartel de Villa María”. Eso había logrado averiguar mi papá por medio de sus contactos en Córdoba y la Iglesia.
¿Qué significaba esto, en la Córdoba de Menéndez? Que iban a ponernos un arma descargada en las manos, a cada uno de nosotros y nos iban a acribillar. Diciendo que en ese proceso de reconstrucción “los subversivos habían intentado fugarse”.
Luego de una breve deliberación, decidimos entrar en huelga de hambre al día siguiente. Y extremar los esfuerzos para hacer conocer, por los medios que pudiésemos, nuestra situación.
Pero inusitadamente, de un día para otro nos levantaron la incomunicación. Y nos llevaron con otros seis o siete prisioneros políticos que se alojaban en el pabellón de arriba. ¿Qué había ocurrido? Menéndez acababa de intentar un golpe de Estado contra el presidente Viola. Y fracasó.
Estando allí, en condiciones ya más humanas, nos visitó la Comisión de Derechos Humanos de la OEA. Esto nos sirvió para mejorar nuestras posibilidades internas como presos. Por ejemplo, en vez de darnos la comida hecha, logramos que nos entregasen los ingredientes, para cocinar nosotros mismos, de un modo comunitario.
Uno de esos días y luego de un revuelo trajeron a un prisionero nuevo. Con gran secreto, pues nos obligaron a encerrarnos en nuestras celdas hasta que lo instalaron. Era Kent. Luego de una gran discusión por si le dábamos de comer o no -en la cual ganó la postura en que también yo estaba, es decir, que no podíamos negarle un plato de comida a cualquier ser humano, por más que fuese alguien execrable-, dos compañeros se comunicaron por la ventana con él. Apenas estuvo 25 horas allí: enseguida lo llevaron, nuevamente. Tuvo tiempo de contar, sin embargo, que la causa de su traslado había sido la fuga de Charlie Moore.
En esto también difiere su versión con la que Moore consigna en el libro. Kent contó que ambos, con sus esposas, estaban en El Campo de la Ribera (un centro de detención militar). Que Moore se había acercado, una tarde, al gendarme que vigilaba la torreta. Le había pedido fuego. Al buscar el otro el encendedor entre sus ropas, le había pegado con un hierro, le había quitado el FAL y huyó, disparando para cubrirse. Llegado a la ruta al parecer “apretó” un auto y desapareció.
Moore dice (en el libro) que se fugó pacíficamente, del D2, por los techos, llevándose solamente un revólver 38, con la inscripción “Policía de la Provincia de Córdoba“.
Mi karma Moore
Hacia el año 2004 o 2005 el hijo del teniente coronel Larrabure, capturado por el ERP en el cuartel de Villa María, logró reabrir la causa sobre la muerte de su padre. Como se sabe, este hombre -un abogado, creo-, tiene el empeño de que se investiguen hasta las últimas consecuencias las circunstancias en que perdió la vida su papá. Con tal propósito, acompaña su actividad reivindicativa con una campaña de prensa. En tal difusión llegó un día a la agencia noticiosa donde trabajaba, una gacetilla de Larrabure (h), acompañada por otros archivos pdf. Uno de ellos me llamó la atención. Eran copias de la instrucción para la causa por el copamiento del cuartel de Villa María. En una simple ojeada capté mi nombre, entre sus párrafos. El declarante, Carlos Raimundo Moore, afirmaba que “el imputado, Julio Carrera (así) junto a la Sargento Elena, formaron parte del contingente que hostigó el cuartel, pero la esposa del mencionado, no”. Me corrió un escalofrío pese a los años trascurridos (más de veinte años desde que saliera de la cárcel). Recordé que mi amiga Alicia Wieland, tenía como nombre de guerra “Sargento Elena”. Y recién allí, casi treinta años después de mi detención, comprendí por qué me habían incluido en la causa del copamiento de Villa María.
¿Por qué lo hizo? (Charlie): yo no lo conocía ni lo conozco. Durante los once días que pasé en aquel infierno donde él merodeaba libre nunca lo vi (yo tenía mis ojos permanentemente vendados).
En su libro (34 años después) afirma que su criterio era “salvar“ a los compañeros, introduciéndolos en la causa Villa María. Porque los militares planeaban montar un gran show con aquella causa. Y condenarnos a todos, pero por cierto utilizarlo, también, como una muestra de que respetaban los mecanismos judiciales de la Constitución. Entonces, cuando él sabía que a alguien lo iban a ejecutar... les decía a los jefes del D2 que ese era uno de los que habían participado en Villa María. De esa manera -según él-, lograba que los trasladaran a la cárcel y los pusieran a disposición del juez.
Un libro necesario
Por encima de los detalles algo confusos o la actuación real de Charlie Moore integrando aquellas bandas de criminales, este libro representa un extraordinario aporte historiográfico.
El testigo, es por otra parte sumamente creíble, ya que su condición de no ser ni policía ni guerrillero, le permite ejercer una objetividad extrema.
Los contundentes y detallados elementos que aporta derriban para siempre la teoría de “los dos demonios“. No hubo locos poniendo bombas y asesinando a mansalva de los dos lados. Hubo “locos” que buscaron una sociedad mejor a riesgo de sus vidas. Y psicópatas delincuentes que lanzaron contra toda la sociedad su furia homicida. Aprovechando ese proceso para rapiñar de un modo extraordinario. Mientras fingían atentados, asesinaban en nombre de la guerrilla y evitaban exterminarla hasta el último momento, para crear el clima de terror que permitiera el golpe de Estado.
Por otra parte, está muy bien escrito. Miguel Robles, su autor, o bien tiene talento para construir una obra literaria amena y profunda. O bien se hizo asesorar de un modo inobjetable. Lo cierto es que La búsqueda se lee con tanta o más facilidad que una novela de García Márquez. Con el valor adicional de que es nuestra historia real, tan reciente y útil, para avanzar en el camino que hoy nos hemos propuesto los argentinos.
* Madre Noche. Novela que narra la historia de un alemán reclutado por la CIA, obligado a trabajar públicamente para los nazis, durante la Segunda Guerra Mundial. Kurt Vonnegutt (Jr.) He tomado su título para el nombre de este artículo, pues su personaje me pareció bastante parecido a Moore.
Por Julio Carreras
Hace poco más de un mes, durante una cena de funcionarios, repentinamente entró el secretario privado de la presidenta, Cristina Fernández de Kircher. Dirigiéndose a un diputado, le dijo:
-Ché, no puedo conseguir este libro que me ha encargado la señora... He recorrido todas las librerías de Buenos Aires y nada.
Uno de los que estaba cerca era un ex preso político. Escuchó el título:
-La búsqueda... de Charlie Moore.
Entonces dijo:
-Yo sé quien puede tener alguno para vender...
Los otros dos se le fueron encima y luego de una llamada, minutos después el automóvil oficial de Presidencia corría a la casa del “Mono Yeyo“, para comprar el libro. Distribuido en Buenos Aires por la Asociación Nacional de Ex Presos Políticos.
¿Cuál era la importancia de un libro, para que la presidenta de la Nación tuviese tanta urgencia por tenerlo? Hoy, 29 de noviembre de 2010 bien temprano, he terminado de leer, en apenas dos días, sus 375 páginas. Corroboro la opinión que espontáneamente expresé, apenas me narraron la anécdota: es un libro que debería leer toda la población argentina. Y por cierto me parece muy bien que lo haya leído, entre las primeras, la presidenta.
Quien lo escribió, en realidad, es un oficial de la policía Judicial de Córdoba, Miguel Robles. Y lo hizo muy bien. O quizá fue asesorado por escritores profesionales. Tiene la estructura literaria de una novela, con final edificante.
Su argumento: la represión ilegal en la Argentina. Narrada por un testigo privilegiado; alguien que, durante seis años, trabajó en las entrañas mismas de la bestia.
El juicio a Videla
“Mediante teleconferencia desde Londres, Carlos Raimundo Moore prestó declaración en el juicio contra Jorge Rafael Videla, Luciano Benjamín Menéndez y otros 29 represores en los que identificó y relató los hechos aberrantes cometidos por los policías imputados que pertenecieron a la Dirección de Informaciones de la Policía, la temible D2 durante la dictadura militar”, dice la información publicada el 23 de septiembre de 2010 por gran parte de la prensa argentina.
Charlie “reconoció a Calixto Flores, Mirta Graciela la Cuca Anton, Miguel Ángel el Gato Gómez, Yamil Jabour y Carlos el Tucán Yanicelli y dijo que integraron la Brigada de Operaciones de la D2”.
Luego “aseguró que en la D2 existía una Brigada Civil compuesta por integrantes de las Triple A y que en su mayoría eran casi todos delincuentes contratados”. Dentro de esta brigada nombró a “Chocolate”, un Brasileño que terminó expulsado por Telleldín junto a otros compañeros”.
Si bien negó su participación en cualquier brigada de la D2, Moore dijo que fue Romano quien hizo trascender los rumores de que él era un traidor. “Un día nos hizo cambiar, poner pantalones y mocasines, salimos y nos hicieron para frente a una fila de prisioneros que trasladaban a la UP1 para que vieran que yo era el gran traidor, pero el traidor fue el Coya” dijo.
Antes de la llegada de Telleldín a la D2, Moore dijo que “el primer militar en arribar fue un teniente que se hacía llamar Gastón o teniente Vargas. Con el paso del tiempo pudo descubrir que en realidad se trataba del capitán Verges que también llegó acompañado del capitán Quiroga”.
Además dijo que “desde esta dependencia policial perpetraron la colocación de bombas con un alto poder explosivo en diversos lugares para atribuirselos a la organización Montoneros”. Enumeró las que les pusieron a l ex juez federal Zamboni Ledesma, al Arzobispado de Córdoba, al Smata, a Cinerama y al Club Hebraica, varias de las cuáles fueron puestas por el “Gato“ Gómez.
Después de la bomba colocada en el cinerama, en noviembre de 1976 -episodio que se le atribuyó a Montoneros-, Moore fue trasladado a La Perla, donde rechazó el ofrecimiento para ocupar puestos de inteligencia. Luego fue trasladado a la D2 previo a pasar por el Campo La Ribera donde se enteró por boca del Gato Gómez que “él junto a Lucero habían sido quienes la habían colocado (a la bomba)”.
“Entre la innumerable cantidad de hechos que relató, Moore dijo que los miembros de la D2 asesinaron a doce policías entre los que se encuentran los crímenes de Fermín Albareda, acribillado brutalmente en la Casa de Hidráulica, en las inmediaciones del dique San Roque y de Robles cuya muerte fue simulada como un hecho de Montoneros durante años”.
Para 1977 en la D2 Moore dijo que además de él y su mujer “quedaban cuatro detenidos políticos, algunos testigos de Jehová y cuatro gendarmes porque ya había dejado de funcionar el Campo La Ribera como centro de interrogación y ya estaba abierta La Perla y la Dirección de Informaciones contaba con la Casa de Hidráulica en el dique San Roque como centro de exterminio”.
También dijo que “durante los primeros tres o cuatro años escribió en papeles de cigarrillo para armar todo lo que sucedía dentro de la dependencia policial y que a través de un correo trucho al que prefirió no mencionar, fue sacando hacia fuera toda la información que luego su madre llevó a Brasil en 1980. Ésto le permitió realizar su declaración en San Pablo en 1980, la cual sirvió como base de gran parte de los juicios de lesa humanidad en Argentina”.
Destacó en otro tramo de su declaración que en la D2 existía un especial trato con quienes eran judíos porque tenían un especial simpatía por el antisemitismo no con el nacional socialismo Nazi. En este tramo mencionó los crímenes de Diana Fidelman, “La pendejita Judía” y “la Jaimovich”. Aseguró que esto no sólo le sucedía a las mujeres jóvenes y relató como “el Gato Gómez “achuró” a una mujer de edad avanzada. También señaló que Yanicelli tenía un “serio serio problema“ por los crímenes que estaban cometiendo pero prefirió no decir de qué se trataba.
Moore ha sido nombrado por distintos testigos que pasaron por el juicio, como un detenido político, que luego pasó a colaborar con los represores y torturadores en el Departamento de Informaciones (D2) de la policía provincial.
Fue detenido el 13 de noviembre de 1974 y permaneció en las dependencias policiales con su esposa Mónica Cáceres durante seis años hasta que escaparon a Brasil. Al llegar a San Pablo realizó una declaración el 15 de noviembre de 1980 donde detalló el horror que había presenciado durante tantos años en la D2.
“Finalizando su declaración Charlie Moore dijo que el que pueda afirmar que puede vivir tantos años incomunicado está mintiendo, se establecen relaciones” y agregó que “en las condiciones de detención lo explotaron como un esclavito, lo trataron como servidumbre“.
Al comienzo de su declaración afirmó: “jamás pensé que iba a estar declarando en este juicio“ y explicó que pasado el juicio a las juntas en 1985 vino la obediencia debida y pensó que todo lo que había sucedido no se iba a saber más”. Al llegar el primer juicio contra Menéndez “recuperé la esperanza“ dijo. (Fuente: Diario del Juicio a Videla, Córdoba, resumen de prensa.)
Cuestiones personales
Por mi parte, las acciones y el nombre de Charlie Moore me persiguieron desde el mismo inicio del fatídico año 1976. Yo tenía 26 años recién cumplidos, entonces. Y había sido detenido en San Francisco de Córdoba por el D2. Desobedeciendo mis ruegos y mis “órdenes“ (pues yo era el responsable para el Departamento San Justo del PRT-ERP), mi esposa había demorado en escapar. Y la habían detenido también, algunas horas después que a mí, en su búsqueda desesperada de un abogado, que intentase salvar mi vida. Para quienes no vivieron aquella época es necesario recordar que los diarios publicaban la aparición de quince o veinte cadáveres cada día. Acribillados a balazos, con signos de tortura: eran las señales de la Triple A (que en Córdoba habían comenzado a llamarse Comando Libertadores de América, lo cual tenía también un sentido político de preparación al golpe militar, como se verá al leer el libro de Moore).
Entonces nos hallábamos en aquel horrendo sitio de torturas, mi esposa, mi hijita de cinco meses y yo. (Después sabría que por un oportuno Hábeas Corpus, presentado por un senador y abogado de la familia, a mi esposa la trasladaron a la cárcel muy pronto. Pero durante los once días que pasé en aquel sitio infernal, pese al atontamiento provocado por los golpes y la picana me atormentaban más los destinos que temía para mi compañera, y mi pequeña hija.) Como a los tres o cuatro días, se acercó un torturador y me puso su pistola en la frente. Me habían sometido poco antes a otra sesión de torturas, ahogándome en una pileta luego de ponerme una bolsa de plástico en la cabeza. “Ahora te vas a la mierda, hijo de puta“, me dijo, levantándome un poco la venda. Entonces apretó el gatillo y sólo se escuchó un “click“. Riéndose a carcajadas, el tipo gritaba que me había salvado porque “se la había trabado esa pistola de mierda“.
Durante un rato largo quedé al parecer solo, sin moverme en absoluto (tampoco podía hacerlo demasiado por los golpes), con la ropa en jirones, ensangrentado, el cuerpo empapado, yaciendo sobre mis manos, una de ellas lastimada, que habían esposado a mis espaldas.
Entonces escuché una voz cálida, cordial.
-Qué necesidad tenés, pibe, de meterte con esos tipos del ERP... ¿ves lo que te pasa? Pero todavía estás a tiempo de colaborar... No son lo que te imaginas. Aquí tenemos un colaborador que era un alto jefe del ERP. Él te va a contar lo que son realmente esos por los que vos te hacés maltratar. Te vamos a hacer hablar con él... vení, parate...
Comprendí que había otros cuando un segundo individuo me agarró de atrás y me levantó en vilo hasta depositarme erguido. Luego me llevaron por un pasillo, tomándome de un brazo para que no chocara pues tenía los ojos vendados. Recién al entrar a una oficina -calculé veinte metros hacia delante-, me pusieron una silla detrás, me ordenaron sentarme, y me quitaron la venda.
Ante mí se presentó una escena fantástica. Un hombre como de 30 años, impecablemente vestido, rubio, buen mozo, con ojos azules, me miraba desde atrás de una mesita con papeles. En el acto me di cuenta que no era policía.
-Soy un compañero tuyo... -me dijo, como si hubiese leído mi pensamiento-: me llamo Kent.
Los colaboradores
Me mostró un ejemplar de El Combatiente, preguntándome si sabía lo que era. Le dije que sí.
-Era uno de los que vos llevabas en el paquete secuestrado cuando te detuvieron.
Me habían capturado con una gran caja, donde había 150 ejemplares del periódico El Combatiente, la misma cantidad de la revista Estrella Roja, del PRT y el ERP. Y una gran cantidad de libros, folletos, calcomanías, en fin, aunque no lo había abierto, sabía lo que contenía.
-Mirá, aquí te van a tratar bien... yo estoy colaborando con ellos ahora... A mí, como a vos, me tenían engañado los del ERP... Ellos, los de la dirección, se dan la gran vida, manejan muchísima guita, y a los militantes de base, como vos y yo, nos mandan al frente... Aquí me explicaron todo eso, me mostraron pruebas, de tipos que yo los consideraba unos ídolos, y al primer sopapo cantaron todo... ellos me cantaron a mí...
Había algo incongruente en él. No tenía convicción. Y su imagen, pese a la pulcritud, era muy triste. Luego de haberme mantenido fielmente adherido al “minuto“ que tenía -esto es, que el ERP me pagaba sólo para retirar y entregar paquetes: esto era lo único que me ligaba a esta organización-. Tampoco podía dar nombres, pues yo sólo veía por instantes a personas siempre nuevas, siempre desconocidas.
Después de la conversación con Kent mermaron las torturas. Pero no me libraron de ellas por completo. Una noche, Kent se acercó sigilosamente. Me dio una manzana, pues no había comido absolutamente nada en todos esos días y me pidió, con voz temblorosa: “por favor, deciles a los compañeros que yo no torturo“.
Me tiraban boca arriba en una celdita donde apenas cabía mi cuerpo. No soy alto -1.72-, pero para que entrase acostado en el suelo (al principio no me podía sentar), debían dejar la puerta abierta. Casi tocaba con los hombros las paredes de cada lado. Varios días escuché a dos conversar al lado, donde parece que había otra celda (leyendo el libro constato ahora que debía ser la celda de Charlie Moore). Kent lo visitaba. Pero Charlie llevaba casi siempre la voz cantante. Hablaba todo el tiempo de armas. De helicópteros artillados, de ametralladoras pesadas, de misiles. Al parecer tenía revistas especializadas en eso, pues yo lo escuchaba mostrarle a Kent una u otra fotografía de sus páginas. En aquel tiempo, hablaba constantemente de ir como mercenario contratado por los yankis, a sus guerras del África. Intentaba convencerlo a Kent, quien no parecía entusiasmado, aseguraba que los militares argentinos los iban a ayudar.
Cuando llegué a la cárcel pregunté a los compañeros quién podría ser ese tipo: me lo dijeron en el acto. “Charlie Moore... un loquito de la guerra que con su pequeña organización, el MP17, fue integrado al ERP como apoyo militar externo y luego traicionó“.
¿Salvación o sambenito?
En su libro, Charlie Moore dice “Kent y yo nos dábamos cuenta de que Mendizábal era superior a Osatinsky, en Montoneros“. Esto refiriéndose a la captura de toda la dirección de Montoneros en Córdoba, por parte de la D2. Y según ellos, le salvaron la vida a Mendizábal al no decirles esto a Tissera ni Telleldin, los jefes. Pues fusilaron a Osatinsky creyendo que él era el jefe máximo. Cuando en realidad lo era Mendizábal. “Así, continúa Charlie Moore, Mendizábal se fue tranquilamente en Libertad y volvió a entrar al país para la contraofensiva montonera“.
Aquí hay un error de información. Con mi esposa Gloria nos tocó prestar declaración ante el juez Zamboni Ledesma juntos con el “Lauchón” Mendizabal, jefe de Montoneros en la cárcel. Aquél día, él escapó. Su abogado, cuando estuvieron ante el juez, le entregó una pistola que había podido introducir entre las ropas. Desde el exterior, un fuerte comando montonero cubrió la huída. Nosotros quedamos en medio del tiroteo; los policías nos hicieron meternos bajo un escritorio de metal. Desde allí veíamos los balazos cruzados y saltar a cada tanto un pedazo de revoque de las paredes, o astillas de los muebles. Así fue realmente la “libertad” de Mendizábal.
Pero continuemos con Charlie. Varios años más tarde, en 1979, unos cuarenta prisioneros fuimos trasladados desde todo el país nuevamente hacia Córdoba. Nadie nos dijo para qué; sin golpes ahora, pero con las manos esposadas a una argolla en el piso del avión, de cuclillas y con los ojos vendados. Al llegar nos introdujeron en un pabellón de la UP1 con celdas individuales. Por un agujero que habían hecho, aserrando cada puerta de chapa, nos pasaban cada día la comida. Como podíamos vernos las caras, al menos con dos o tres de los que estaban al frente, intercambiábamos información con el lenguaje de las manos utilizado por sordos. Coincidimos entonces que todos teníamos algo en común (aparte de nuestra militancia en el PRT): habíamos sido incluidos en la causa por el copamiento del cuartel militar de Villa María.
Cierta noche, como una semana después, entró un sacerdote. Acompañado por un guardiacárcel, se dirigió rectamente a mi celda. Era un hombre alto, jovial, de apellido italiano. Me dijo que le habían dado diez minutos para hablar conmigo, que mi papá estaba fuera de la cárcel, esperando. (Mi familia siempre estuvo ligada a la iglesia católica y mi hermano era cura.) Primero me informó todo lo que mi papá le había encomendado, luego me pidió le dijese mi mensaje para transmitírselo. ¿Qué podía decirle? Solamente que no se preocupara, que yo estaba bien. En ese tiempo yacíamos tan indefensos bajo el poder absoluto de estos criminales, que solamente encargar algún trámite a un familiar podía significar su muerte. Sin ningún beneficio para nosotros. Se fue.
Lo que fue impactante cuando lo comuniqué a todos los compañeros, era la razón de nuestra permanencia, incomunicados, allí. El juez federal, Eudoro Vázquez Cuestas, planeaba “una reconstrucción del copamiento del cuartel de Villa María”. Eso había logrado averiguar mi papá por medio de sus contactos en Córdoba y la Iglesia.
¿Qué significaba esto, en la Córdoba de Menéndez? Que iban a ponernos un arma descargada en las manos, a cada uno de nosotros y nos iban a acribillar. Diciendo que en ese proceso de reconstrucción “los subversivos habían intentado fugarse”.
Luego de una breve deliberación, decidimos entrar en huelga de hambre al día siguiente. Y extremar los esfuerzos para hacer conocer, por los medios que pudiésemos, nuestra situación.
Pero inusitadamente, de un día para otro nos levantaron la incomunicación. Y nos llevaron con otros seis o siete prisioneros políticos que se alojaban en el pabellón de arriba. ¿Qué había ocurrido? Menéndez acababa de intentar un golpe de Estado contra el presidente Viola. Y fracasó.
Estando allí, en condiciones ya más humanas, nos visitó la Comisión de Derechos Humanos de la OEA. Esto nos sirvió para mejorar nuestras posibilidades internas como presos. Por ejemplo, en vez de darnos la comida hecha, logramos que nos entregasen los ingredientes, para cocinar nosotros mismos, de un modo comunitario.
Uno de esos días y luego de un revuelo trajeron a un prisionero nuevo. Con gran secreto, pues nos obligaron a encerrarnos en nuestras celdas hasta que lo instalaron. Era Kent. Luego de una gran discusión por si le dábamos de comer o no -en la cual ganó la postura en que también yo estaba, es decir, que no podíamos negarle un plato de comida a cualquier ser humano, por más que fuese alguien execrable-, dos compañeros se comunicaron por la ventana con él. Apenas estuvo 25 horas allí: enseguida lo llevaron, nuevamente. Tuvo tiempo de contar, sin embargo, que la causa de su traslado había sido la fuga de Charlie Moore.
En esto también difiere su versión con la que Moore consigna en el libro. Kent contó que ambos, con sus esposas, estaban en El Campo de la Ribera (un centro de detención militar). Que Moore se había acercado, una tarde, al gendarme que vigilaba la torreta. Le había pedido fuego. Al buscar el otro el encendedor entre sus ropas, le había pegado con un hierro, le había quitado el FAL y huyó, disparando para cubrirse. Llegado a la ruta al parecer “apretó” un auto y desapareció.
Moore dice (en el libro) que se fugó pacíficamente, del D2, por los techos, llevándose solamente un revólver 38, con la inscripción “Policía de la Provincia de Córdoba“.
Mi karma Moore
Hacia el año 2004 o 2005 el hijo del teniente coronel Larrabure, capturado por el ERP en el cuartel de Villa María, logró reabrir la causa sobre la muerte de su padre. Como se sabe, este hombre -un abogado, creo-, tiene el empeño de que se investiguen hasta las últimas consecuencias las circunstancias en que perdió la vida su papá. Con tal propósito, acompaña su actividad reivindicativa con una campaña de prensa. En tal difusión llegó un día a la agencia noticiosa donde trabajaba, una gacetilla de Larrabure (h), acompañada por otros archivos pdf. Uno de ellos me llamó la atención. Eran copias de la instrucción para la causa por el copamiento del cuartel de Villa María. En una simple ojeada capté mi nombre, entre sus párrafos. El declarante, Carlos Raimundo Moore, afirmaba que “el imputado, Julio Carrera (así) junto a la Sargento Elena, formaron parte del contingente que hostigó el cuartel, pero la esposa del mencionado, no”. Me corrió un escalofrío pese a los años trascurridos (más de veinte años desde que saliera de la cárcel). Recordé que mi amiga Alicia Wieland, tenía como nombre de guerra “Sargento Elena”. Y recién allí, casi treinta años después de mi detención, comprendí por qué me habían incluido en la causa del copamiento de Villa María.
¿Por qué lo hizo? (Charlie): yo no lo conocía ni lo conozco. Durante los once días que pasé en aquel infierno donde él merodeaba libre nunca lo vi (yo tenía mis ojos permanentemente vendados).
En su libro (34 años después) afirma que su criterio era “salvar“ a los compañeros, introduciéndolos en la causa Villa María. Porque los militares planeaban montar un gran show con aquella causa. Y condenarnos a todos, pero por cierto utilizarlo, también, como una muestra de que respetaban los mecanismos judiciales de la Constitución. Entonces, cuando él sabía que a alguien lo iban a ejecutar... les decía a los jefes del D2 que ese era uno de los que habían participado en Villa María. De esa manera -según él-, lograba que los trasladaran a la cárcel y los pusieran a disposición del juez.
Un libro necesario
Por encima de los detalles algo confusos o la actuación real de Charlie Moore integrando aquellas bandas de criminales, este libro representa un extraordinario aporte historiográfico.
El testigo, es por otra parte sumamente creíble, ya que su condición de no ser ni policía ni guerrillero, le permite ejercer una objetividad extrema.
Los contundentes y detallados elementos que aporta derriban para siempre la teoría de “los dos demonios“. No hubo locos poniendo bombas y asesinando a mansalva de los dos lados. Hubo “locos” que buscaron una sociedad mejor a riesgo de sus vidas. Y psicópatas delincuentes que lanzaron contra toda la sociedad su furia homicida. Aprovechando ese proceso para rapiñar de un modo extraordinario. Mientras fingían atentados, asesinaban en nombre de la guerrilla y evitaban exterminarla hasta el último momento, para crear el clima de terror que permitiera el golpe de Estado.
Por otra parte, está muy bien escrito. Miguel Robles, su autor, o bien tiene talento para construir una obra literaria amena y profunda. O bien se hizo asesorar de un modo inobjetable. Lo cierto es que La búsqueda se lee con tanta o más facilidad que una novela de García Márquez. Con el valor adicional de que es nuestra historia real, tan reciente y útil, para avanzar en el camino que hoy nos hemos propuesto los argentinos.
* Madre Noche. Novela que narra la historia de un alemán reclutado por la CIA, obligado a trabajar públicamente para los nazis, durante la Segunda Guerra Mundial. Kurt Vonnegutt (Jr.) He tomado su título para el nombre de este artículo, pues su personaje me pareció bastante parecido a Moore.
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