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domingo, 28 de noviembre de 2010

Néstor y nuestro renacimiento

Demasiado gramscianos. Para ser benévolos digamos que con los años y las derrotas muchos nos habíamos puesto demasiado gramscianos. Pero, ¿qué culpa tenía Gramsci? Nos llenábamos la boca de guerra de posiciones, pero no sólo retrocedíamos en el escenario. Día a día, íbamos para atrás en nuestros pensamientos, en nuestras ideas, en nuestras convicciones.

Algunos se refugiaban en la resistencia, como presos en un campo de concentración. Otros, que mirábamos de reojo a los que sólo resistían, hablábamos de vocación de poder, procurábamos inventarnos nichos, refugios, atajos, excusas o, en el mejor de los casos, pequeñas realidades, de cuadra, de barrio, de ciudad, de aula, huérfanas de un proyecto común. Decíamos que era mentira que habían muerto las ideologías, pero nos moríamos de miedo a que fuera cierto.

Así fue hasta que llegó él. No sé si aun nos dimos cuenta del todo. Es cierto que lo del 2001 - 2003 fue la crisis de un modelo, se sintió tocar fondo, abrió el camino a la posibilidad de un cambio. Pero los análisis estructurales se quedan sin alma si no ponemos en su justa medida lo que hacen las personas.

Si fuimos entendiendo que podíamos y debíamos cambiar en serio, fue por él.

Teníamos el miedo trepado hasta en la lógica.

Ninguno de nosotros hubiera tenido la entereza, el coraje, la visión de llevar cada pelea hasta donde él la llevó. Cuando lo conocimos ya tenía esa convicción en la mirada. "Esto termina Menem contra mí": aun recuerdo la seguridad conque nos lo dijo. Éramos compañeras y compañeros saturados de intentar sacarle premios consuelo a un peronismo que con Menem primero y con Duhalde después, más allá de diferencias coyunturales, vivía de espaldas a la militancia y a la participación, carecía de sentido estratégico o su único sentido estratégico era mantenerse en la cresta de la ola del poder formal, resignando a cada paso más y más posiciones frente al poder real de los que mandaron casi siempre en estas tierras. Sumarnos a la Corriente que lideraba Néstor Kirchner era buscar un espacio de debate, de revalorización de la política, al que no le veíamos demasiadas chances de acceso al poder, al menos en el corto plazo. Pero ese día, en la casa de Santa Cruz, nos recibió, nos oyó y dijo la frase que nos hizo salir burbujeando, algo confundidos, algo preocupados, algo ilusionados. Aun no se habían bajado Reutemann y De la Sota y él medía apenas cinco puntos en las encuestas.

Y terminó Menem contra él. Y como Menem era el país que había estallado, los convencidos, los confundidos, los desesperados y los ilusionados no tuvimos más remedio que ilusionarnos conque pudiera hacernos transitar por un camino un poco más digno que sus antecesores.

Pero él no se conformaba con eso. Nos llevaba de emoción en emoción, pero también de susto en susto. Por supuesto que nos parecía bien enfrentar al FMI, descolgar el cuadro, transformar la Corte, anular los indultos, reabrir las paritarias, derogar la BANELCO, restablecer la jubilación como un derecho, dinamitar el ALCA, hermanarnos con nuestros vecinos a partir de nuestros intereses, reducir a un dígito la desocupación. Podemos llenar páginas de ejemplos. Pero lo cierto es que en varios de esos temas, en algún punto de la confrontación, nos encontrábamos preguntándonos por las formas o temiendo que él estuviera llegando demasiado lejos. ¡Era al revés que siempre! No teníamos que empujar al líder con nuestros planteos, sino que estábamos llenos de vacilaciones y chirridos cada vez que nos planteaba un desafío nuevo. Y con esa lógica se animó a enfrentar a Duhalde o se libró de Lavagna para que quedara en claro que así como era el presidente para comandar las Fuerzas Armadas, también lo era para comandar la política y la economía. Es como dice Luppi cuando relata lo del cuadro: fue el primero que no vaciló en ejercer a pleno sus facultades constitucionales y ser presidente en serio. O como dijo Dolina: él y otro señor en 1946. Y cuando nos tocó perder, como en la 125, nuestra Cancha Rayada, caminó junto a nosotros, se bancó la adversidad y en vez de retroceder, nos mostró que podíamos y debíamos ir por más.

Creo que cada uno de esos ejemplos se sintetizan o tributan en el más profundo y valioso de los cambios: recuperar la confianza y la fe en nosotros. Si fuimos capaces de derribar muros que parecían infranqueables, si Argentina pudo volver a ser pensada como Nación soberana en la cual sus habitantes podían proponerse recuperar la esperanza de crecer y construir una vida más digna, fue posible porque ese cambio le fue ganando al temor y se fue abriendo paso en el alma de millones de compatriotas.

Néstor Kirchner tuvo una responsabilidad decisiva para que esa transformación se haya dado en cada uno de nosotros. Es el padre de este renacimiento de nuestra patria. También, del cambio que me dio vuelta la cabeza y se me metió en el corazón.

Hoy me siento más digno. Y no habrá día que no se lo agradezca.



de Alfredo Luis Fernández, el Sábado, 27 de noviembre de 2010

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