Algo está pasando. Hechos, situaciones, gestos, mujeres y hombres que no están en la tapa de los diarios, ni forman parte de los noticieros y programas de televisión emergen en la calle, se movilizan espontáneamente.
Decíamos en el año 2007 que en el país existía un sector social muy importante que parecía mudo, que no encontraba formas de expresión pública y que se había manifestado silenciosamente en las elecciones donde triunfó Cristina Kirchner.
Es necesario reconocer los cambios de escenarios suscitados desde aquella fecha al presente: conflicto con las patronales del campo, y derrota electoral del año 2009 entre otros ingredientes. También allí la ley de servicios de comunicación audiovisual, la de matrimonio igualitario, la asignación universal por hijo, el fútbol para todos, la posición frente a la crisis financiera internacional, entre muchas otras medidas y actitudes.
Este año, sin embargo, hubo dos hechos sobre los cuales hay un antes y un después. Los festejos del Bicentenario y la movilización popular frente a la muerte de Néstor Kirchner.
Salvando las distancias entre una situación y la otra; podemos encontrar más de un punto de coincidencia.
Quizás lo profundo del tema del Bicentenario es que el relato que propusiera la presidencia de la Nación, fue respetado, compartido y asumido por la gente. Desde la emoción ante la escenificación de las Madres de Plaza de Mayo, hasta el reencuentro con las Fuerzas Armadas en el desfile.
El kirchnerismo está lleno de simbologías – acordando con Eduardo Aliverti – pero que se levantan frente a lecturas y reconstrucciones de la derecha liberal y de los sectores de poder, históricos y estructurales de nuestro país; es decir símbolos cargados de ideología, lo cual los hace estrictamente peligrosos pues, entre otras cosas, interpela al ciudadano común a reflexionar, analizar y revisar sus propios modelos y concepciones. La contracara de los 90.
Medidas de gestión inéditas, cambio de escenarios y nuevas exteriorizaciones de por sí ya cuestionadoras, pero a las cuales se le agrega la aparición de un sujeto social distinto, que las enmarca y le da contenido.
En primer lugar no es un problema sólo de edades, sino primariamente de cómo está decodificando, y valorizando un sector muy amplio de la sociedad argentina, los cambios, las acciones de gobierno, las actitudes de la oposición, en definitiva, el mundo de lo político.
Sandra Russo, en 678, al analizar la irrupción de la gente en Plaza de Mayo para despedir a Néstor Kirchner decía, casi textualmente: “…nosotros sabíamos que esa gente existía…” Pues una de las preguntas que deviene es: ¿qué sabemos sobre lo que sabemos?”
Y allí aparecen particularmente los jóvenes que como también advirtiera Eduardo, a diferencia de la generación de los 70 que luchaban para “acceder al gobierno y tomar el poder”; ahora ellos “llegan” con las medidas lanzadas o efectivizadas y asumen posiciones sobre lo concreto y no con respecto a lo ideal.
Hay pibes peronistas y a quienes no lo son pero no lo estigmatizan, hay una lectura que va más allá del “hecho maldito del país burgués”; hay chicas y chicos estudiantes, y laburantes, pero que no sólo son transgresores por ser un componente inherente a su edad, sino que tienen sobre la impunidad, la justicia, los derechos humanos, la sexualidad, la comunicación, la riqueza y el poder, otras valoraciones. Están manifestando la necesidad de otra ética y diferentes construcciones sociales. Frente a aquellos que se asustan y despotrican sobre “las formas” del gobierno, ellos plantean otra visión frente a esas críticas; y por sobre todo, reconocen su “lugar en el mundo” en Latinoamérica y no en Europa o Estados Unidos.
La juventud se está manifestando y es muy probable que ahora comience un proceso más intenso en su organización y formación; esto tendrá también su impacto fuera y dentro del kirchnerismo: esa juventud no se va a bancar, no sólo que las conquistas se bajen, sino que demanda profundizar lo realizado. Interesante debate a futuro, pero de un futuro no muy lejano.
Hay también un aprendizaje de los más viejos. Ya no los une tanto el espanto de lo que hay enfrente, sino que están recuperando la mística y la integralidad de la palabra “militancia”. La gente se manifiesta, y lo hace unida; pretende democracia y mayor participación; quiere una mejor distribución de la inmensa riqueza que este modelo sigue produciendo. Ya son miles los que creen que este país vale la pena y que además la alegría debe avanzar sobre la queja cotidiana.
Estas son señales muy fuertes para la clase dirigente de Argentina: para los empresarios, los sindicalistas, los políticos, y las instituciones que vertebran el Estado y la sociedad.
Algo está cambiando. Ya hubo dos ejemplos masivos y simbólicos en 2.010; de saber “leerlos”, implicará que cada uno -y el conjunto- pueda aportar más y mejor para construir una nación diferente.
CARLOS BORGNA
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