Desde ayer suman 98 los nietos recuperados por las Abuelas de Plaza de Mayo.
98 mujeres y hombres restituidos en su verdadera identidad, y en libertad de elegir qué hacer con sus vidas.
Ese muchacho jovial que ayer se abrazó con sus hermanos, sus tíos y familiares venidos del Chaco para recibirlo, se llama Martín, el cuarto hijo de Guillermo Amarilla y Marcela Esther Molfino, secuestrados en Buenos Aires el 17 de octubre de 1979 y desaparecidos desde entonces.
Dicen que los milagros acontecen de vez en cuando, pero acontecen. No vienen por que sí, ni caen desde el cielo sin que nadie los llame.
Los milagros son la obra más perfecta de la voluntad humana. Así ocurrió con Martín.
Las tragedias tampoco suceden sólo por designio de la fatalidad. También suceden por la mediación del hombre sobre la tierra y sus semejantes. Así fue con Guillermo y Marcela.
El día que Martín encontró su partida de nacimiento y creyó leer borrosamente que su lugar de alumbramiento era Campo de Mayo, juntó y procesó todos los gestos, todos los rastros, todos los huecos, que la sensibilidad y la memoria genética le habían puesto más de una vez en su camino durante los años de su joven vida.
En otro lado, mientras tanto, las Abuelas recibían denuncias alertando sobre la posibilidad que ese joven fuese hijo de desaparecidos.
Martín tomó la decisión, averiguó adónde ir y sin dudar concurrió a la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (CONADI) para contar sus asuntos.
Allí se abrió un legajo el 13 de diciembre de 2007 y se dispusieron los primeros análisis de ADN.
Esa vez no esclarecieron nada, en razón que no había muestras genéticas de la familia real.
Es que nadie sabía que Marcela estaba embarazada cuando fue secuestrada.
Buscaban a Guillermo y a Marcela, solamente.
Hasta que el 21 de agosto de este año se presentó ante la Secretaría de Derechos Humanos una mujer que dijo ser sobreviviente de ese lugar de exterminio que fue Campo de Mayo durante el terrorismo de estado. Declaró que estuvo junto a Marcela y que ésta tuvo un niño, nacido en cautiverio, confirmando un testimonio anterior.
Entonces, la CONADI ordenó cruzar los datos genéticos de Martín y del grupo familiar Amarilla Molfino.
Las pruebas de ADN son algo así como la versión bioquímica de la verdad. Y cantaron la justa.
El 17 de octubre, Día de la Lealtad, Guillermo y Marcela habrían despertado cantando bajito, entre murmullos casi, la marcha peronista, con los dedos en ve, recordando a sus compañeros, abrazando a sus hijos.
Horas después la dictadura los desapareció.
El 13 de diciembre de 1976 sucedió en el Chaco, la llamada Masacre de Margarita Belén, en la que fueron fusilados por las fuerzas represivas, 22 militantes de la Juventud Peronista, esa JP de la que Guillermo Amarilla fuera el Secretario General en su región. El mismo día, pero del 2007, Martín empezaba a recorrer el último tramo de la búsqueda de su identidad.
Dicen los jóvenes que con anterioridad fueron restituidos, que el reencuentro pone el derecho de la vida en su justo lugar. La identifica. Le da justicia. Le dice "presente" a la dolorosa búsqueda de tantos familiares. Rompe todos los silencios cómplices. Suplanta la mentira y el ocultamiento con la luz y la verdad.
Les permite a los recuperados, ser lo que son y no lo que quisieron los apropiadores. Saber que no fueron abandonados por sus padres sino apropiados por sus captores.
Sólo el amor, la verdad y la identidad personal permiten construir el futuro de una sociedad.
Y permite que el Estado ayude a reparar los crímenes que en su propio nombre los genocidas cometieron.
Esta es la Argentina que se reconstruye con memoria, verdad y justicia.
La que paga las deudas históricas, como dijo la Presidenta de la Nación, antes de un encuentro donde la vida hizo más luminosa la noche en la Casa Rosada.
Lo contrario, es simple y llanamente, la continuidad de la dictadura por otros medios.
Todos saben que es así. También Elisa Carrió.
Jorge Giles. El Argentino. 04.11.09
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