Por Pablo Bonaparte *
Las charlas de café nos revelan conocimientos que tomamos por ciertos aunque disten de todo rigor. Una de estas charlas comenzó cuando el Dani le espetó al Rafa “Pero, che... parece que si no es San Martín en su caballo blanco, no seguís a nadie”. “Ojo al palo” contestó sereno el Rafa, “ni yo ni ninguno de esta mesa lo hubiera seguido si supieran lo que sé”. Todos le dirigimos una mirada de sorna pero su postura y sonrisa suficiente nos indicaron que podíamos estar ante la presencia de una de esas revelaciones que nos marcan en la vida, como que los Reyes no existen o los papás tienen sexo. “Es así”, reafirmó el Rafa. “Tuve acceso a un documento de la época... la carta de un soldado, José Félix Gallardo, que publicó un diario de Buenos Aires, que nos devela la verdad de las intenciones sanmartinianas” Ahí volvió a aparecer un silencio interminable, que generó el propio Rafa, para comprobar cuán enganchados estábamos. “La carta es larguísima y cuenta que el tipo se había enrolado en los granaderos porque le gustaban los caballos, pero parece que nunca terminó de tragarse a San Martín por el acento gallego que traía. Imaginate lo que debe haber sido. Poner tu vida a las órdenes de uno que había servido al enemigo y con honores. Pero bue... parece que se la bancó y hasta había empezado a creerle cuando pelearon en San Lorenzo. Pero lo que terminó finalmente por convencerlo de la traición fue que en vez de dar batalla en el Norte, como todos, se rajó para el Sur... y se la pasó haciendo caja diciendo que era para hacer un ejército de liberación... escuchen ésta, ¡jerarquizó a españoles que habían luchado contra ellos en San Lorenzo y a los chilenos! Pero esto no es todo. El tipo se enteró de una serie de negociados tremendos con frazadas, víveres y qué sé yo cuántas cosas más, todos los días tenían a una madre que se quejaba por los soldados que violaban a sus hijas. Imaginate la sensación de inseguridad que debía tener esa gente... porque el ejército trucho de San Martín estaba lleno de negros y gente pobre sin ninguna cultura. El aguatero era un vago bárbaro. Sacaba el agua de cualquier lado para no moverse hasta los manantiales y por eso a éste le agarró una colitis que ni te cuento. Un día parece que le tocó ser edecán y acompañar a San Martín a una fiesta de la gente de sociedad. Ahí se dio cuenta del verdadero propósito del general. Sólo quería guita, era un vendido, un traidor. El tipo con el cuento del cruce de los Andes se estaba forrando y permitiendo que las fuerzas españolas se fortalecieran en el Norte. Se ve que uno de la fiesta vio la cara de indignación que el soldado tenía y se acercó a hablarle. Ahí fue que le sugirió que no se callara, que él le pagaba el viaje a Buenos Aires o mandaba una carta para que todo el mundo se enterara de quién era en verdad San Martín. Decí que en esa época no había los medios de comunicación que hay ahora.” “¡Pero, che! –protestamos todos–, San Martín cruzó los Andes y liberó a medio continente.” “Bueno... pero era corrupto.”
Una de las facetas de la comunicación de masas moderna es reducir los procesos histórico-sociales a decisiones personales. Por otro lado, la naturalización que los medios realizan de la política como el ámbito de la mezquindad y el latrocinio hace imposible cualquier discurso que incorpore en ellos proyectos colectivos que no sean asociaciones ilícitas. Dentro de este marco, algunos se constituyen en paladines del honor que los medios construyen y destituyen todo el tiempo en una lucha infinita por “cazar” o “desenmascarar” a corruptos que no se relacionen, claro está, con sus anunciantes o ellos mismos. Tanta saña en la denuncia denota un interés específico: impedir la discusión de un proyecto de futuro. Con el tiempo fui descubriendo en este caso que la denuncia no tiene que ver con la falsedad o la verdad de las acusaciones, sino con la inmovilización que provoca, y cuando ya no podemos movernos y nuestra prisión resulta insoportable, pateamos el tablero.
Detrás de la corrupción hay una madre, que denuncia a su hija con vehemencia, para que ésta pueda crecer fuerte y sana. Porque lo único que puede controlar a madre e hija es un pueblo que se incorpora a la historia. Si a pesar de sus temores ese granadero cruzó los Andes, pudo constatarlo. Y si fue de los pocos que volvieron a pie de Ayacucho, hubiera descubierto que habían disuelto su Regimiento y desconocido su lucha por un decreto firmado con la misma tinta con que publicaron su carta.
* Escritor, antropólogo.
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