Por Tato Contissa
“Martín Caparrós es de izquierda, pero nunca fue kirchnerista. También está en contra del matrimonio gay, aunque se define como progresista.
Acaba de terminar unas crónicas sobre el cambio climático para las Naciones Unidas, pero rechaza la ecología, que define como una causa conservadora. Es, además, anarquista; sin embargo, lo único que valora del kirchnerismo es la recuperación del Estado, destruido en los 90. Y, finalmente, descree, tajante, de que haya dos proyectos políticos antagónicos, disputados por el kirchnerismo y la centroderecha.”
Así encabeza y resume Laura Di Marco su entrevista a Caparrós para el diario La Nación. Nota peldaño del diario conservador que compone una larga escalera de intelectuales propios y ajenos que se convocan para un único cometido, ocupar el rubro “pensamiento” en el supermercado del país colonial.
Caparrós ha ido articulando con buena fortuna a través del tiempo un reducido número de elegancias, transgresiones descafeinadas y rutilancias a la carta, todo ello con el ensamble de su innegable talento. Supo elegir, con el regreso de la democracia, los juicios y los gestos adecuados para el prestigio posible, logrando así tanto la aquiescencia de los creadores de la teoría de los dos demonios como los fervores de los sectores no peronistas del progresismo argentino.
Un buen pozón para la pesca de admiraciones. Como todo enfant terrible, Martín dejó de ser terrible cuando dejó de ser enfant y cabalgó, desde entonces, en la permanente búsqueda de escandalotes teóricos y extremismos hueros, los suficientemente teóricos y hueros como para provocar rubores de living en la “intelectualidad” argentina. Digo esto, no en el afán de desmerecer al personaje, sino en el de ahorrarnos el dolor de verlo tan dispuesto a integrar, con su voz atenorada, el coro de la reacción a la que le presta sala cotidianamente el diario de los Mitre. Pensaba yo, tras la lectura de la entrevista, cuanto derroche de respeto ha hecho la generación quenos sigue con estos engolados de cotillón.
Arreciar contra el matrimonio gay, limitar la significación de Sinatra por su relación con la mafia o poner a todo el movimiento mundial ecologista detrás de la misma ballena, le han valido siempre el pago de los asombrados y los desprevenidos, quienes lo juzgan así como el más agudo bigote en punta desde Dalí hasta la fecha. En referencia a Sinatra es probable, como asegura Gerardo Fernández, que Caparrós esté sordo. Por su parte, la reproducción de todo el espectro de pensamiento humano sobre el movimiento ecologista (hay de todo, desde humanistas preocupados por el hambre hasta tontos útiles asociados a la tarea de los servicios de inteligencia europeos) convierte la definición de “conservador” en una pequeña estupidez disfrazada de revulsivo. Como Palermo, este otro Martín es interminable, sigamos: “Sí: soy anarquista y un ferviente antiestatista. Pero en países como el nuestro, en el que unos pocos tienen mucho poder y otros tienen muy poquito, el Estado es necesario para regular las relaciones sociales. Lamento que el kirchnerismo haga una política de centroderecha con un discurso que a veces apela a cierto populismo "derechohumanista". Para mí, lo que define la política K es un dato: la brecha entre los más pobres y los más ricos, en vez de achicarse, crece. Ese es el tipo de dato que explica cuál es la política socioeconómica del Gobierno: la que definimos como derechista.”
Decirse anarquista en el siglo XXI es decir ninguna cosa de riesgo y menos de valía, tanto como declararse fascinado con el art decó, pero como toda pelotudes tiene su estruendo, a falta de músicas que digan algo, bien vale hacer ese sonido.
Pero lo que resulta llamativo es como el “izquierdista” vindica la falaz idea de “centro y algo más” , indumentaria engañosa con que la derecha conservadora de la democracia liberal burguesa esconde lo más reaccionario de su cosmovisión y se “aggiorna” para ser aceptada por los nuevos desprevenidos. Ignoro además qué país es tan diferente al nuestro en eso de que pocos tienen mucho poder y muchos poquito, no he viajado tanto como para conocer comarcas de esta galaxia en dónde no haga falta un Estado que “regule las relaciones sociales”. Tal vez en las habitaciones de los hoteles internacionales bien se vale ser un anarquista.
No sobra decir que el dato “preocupante” de la brecha que separa a pobres y ricos es un dato estético y casi religioso, muy poco importante a la hora de revelar el estado de la justicia social de una comunidad. No así, en cambio, el dato numérico de cómo se reparte la renta, de cual es la participación porcentual en el ingreso nacional del sector asalariado. Ese es el dato Martín, aquí es el dato. Se nota que el gobierno de los Kirchner no le ha prestado al hombre la debida atención. A decir verdad a muchos de nosotros tampoco, pero en el caso de Martín el envanecimiento convierte esa desatención en un pecado mortal. Para mí como para otros, en cambio, lo que importa nos trasciende. Por eso sin ser kirchnerista estoy convencido que con este gobierno hemos recuperado la ruta perdida en el 76, y eso me vale morder el freno cada vez que algo me enoja. Pero para que esa trascendencia te haga sentir su peso uno tiene que tener causa. Dijo Caparrós una vez refiriéndose a Menem: “el traidor es sólo consecuente consigo mismo”; el fatuo también Martín, y el vanidoso mucho más.
Provisto de números de origen desconocido que cuentan de una profundización en la brecha que separa a pobres de ricos, contra la mejora en el sector pasivo, la baja del desempleo, la suba del empleo en blanco, la apertura de paritarias, el incremento de argentinos dentro del sistema de salud y el crecimiento en los niveles populares de consumo, Martín da por concluído el análisis. Amigo de hacer aguafuertes ciudadanas caminando por el Central Park bien podría hacerse unas cuadritas por el Once, si es que sabe dónde queda, para ver que (lejos todavía de lo justo es cierto) algo en la dirección del país ha cambiado para bien. Yo quiero más de eso, no me conformo, y menos me conformo con decir que todo es lo mismo.
Si está claro que el país que queremos necesita de otros intelectuales, también lo está que los Caparrós necesitan de esta Argentina que tenemos y se atemorizan cuando ven salir humos de cocinas desconocidas que amenazan con el cambio de menú.
Hay suficiente inteligencia en Caparrós como para advertir la diferencia, pasa que le falla la voluntad.
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