No se sabe de nada que mida cuán idiota es cada uno. Dando por sentado que la idiotez es natural a todo el género humano. Por lo cual un idiota está capacitado para opinar sobre otros idiotas sin saber que se incluye. Porque se puede ser consciente de la propia idiotez o se puede ser ajeno.
El idiota consciente es como el cornudo ídem: forma parte de la idiotez como damnificado. El que ignora su ser idiota no sufre el ignorar que lo es, pero padece que los demás sí sepan que es idiota. Y no hay que atribuirle la suma idiotez a ciertos especímenes que pasan por la pantalla con o sin tatuaje, con o sin culo plástico, con o sin cancelación de cerebro.
Hay un axioma popular italiano que dice: “La madre de los estúpidos siempre está preñada”. No hay anticonceptivos que se lo impidan. Si nos guiáramos por el censo poblacional los chinos con 1.400 millones de habitantes deberían de estar en la cima. Aunque quizás un país de poca densidad de población puede tener más intensidad de idiotez. O al revés: un partido político de izquierda trunca, de escasos militantes, puede potenciarles el don.
Hay quienes creen que la producción de pensamientos no va a la par que el crecimiento demográfico. Tampoco va a la par de la prosperidad. Pocos saben la historia de la estupidez en el planeta tierra. Se las voy a contar desde mi porcentaje de idiotez, que aún no he medido pero que sospecho es vasta.
Dice la leyenda que ningún ángel hace dos cosas al mismo tiempo. Por lo cual un ángel llevaba un jarro lleno de almas inteligentes, mientras el otro llevaba un jarro lleno de almas idiotas.
El ángel del jarro de almas idiotas tropezó con una nube y derramó su contenido sobre la tierra. Nosotros somos el resultado y no nos damos por enterado porque tanto el Papa, Bill Gates, Bin Laden, todos los premios Nobel de Ciencia y todos los humanos desde los lapones a los bosquimanos, pasando por la Sorbona y por Oxford, vivimos nuestra idiotez como si fuese nuestra naturaleza estándar y no consecuencia del tarro de almas derramado.
Desde ya que se trata de un cuento de estúpidos para estúpidos, así que quien se crea exento de este don universal que siga persistiendo en su fantasía, que es gratis y que es una forma de esconderse para no verse.
El libro sobre la estupidez de Ponte de Pino, releído en el subte con el calor, me ratifica la pertenencia a la corporación de los idiotas. El autor está inscripto y eso lo hace creíble.
Y Buda no creo se exceptúe. Aunque Buda también sabía mucho de la estupidez. Su primo Nanda era un discípulo tan idiota que cuando el maestro producía un milagro, Nanda decía que no entendía. Entonces Buda le explicaba el milagro una y otra vez. Pero si de pronto ante un milagro Nanda decía que esta vez había entendido enseguida, entonces Buda le decía, justamente esta vez no has entendido nada de nada. Nanda me hace acordar, no me hagan decirles a quién. Nanda somos todos.
Carta leida por Orlando Barone el 3 de febrero por Radio del Plata
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